Régimen del 78, fascismo y la izquierda

Por Francisco Gallego Nájera

El legítimo desafío del 1-O al régimen del 78 ha provocado que éste muestre síntomas acuciantes de descomposición. Ni el 15-M, ni las marchas por la dignidad, las mareas blancas por la sanidad, las verdes por la educación u otras muestras de descontento expresadas por diversos movimientos sociales y canalizadas a las instituciones por los llamados “partidos del cambio”, han sido los causantes de que seamos testigos de la mayor prueba de debilidad del Estado posfranquista que es España. El independentismo catalán supone el mayor desafío al orden establecido, heredado del franquismo y propugnado por una élite que se disgrega en las familias y apellidos de siempre.

En cuarenta años jamás fue conseguido por la izquierda y además es que era imposible que algo así sucediera, puesto que hincó la rodilla ante la constitución impuesta por los fascistas haciendo gala de unas tragaderas que hoy en día repugnan. Impuesta porque no se hubiera aprobado sin el beneplácito de éstos y fue redactada a su gusto bajo un constante ruido de sables, no hace falta ahondar mucho en la misma para darnos cuenta, basta con irnos al artículo 2 que defiende la indisoluble unidad de España, como también se impuso al Borbón designado por Franco como su sucesor, el encargado de dejarlo todo atado y bien atado. El argumento para aceptar algo así fue escudarse en “el bien mayor” que suponía la llegada de la “democracia” tras cuarenta años de dictadura. Hoy el tiempo nos dice que, aparte de una traición a tantos hombres y mujeres que se sacrificaron por la libertad y lucharon de forma tenaz e incansable durante décadas, se cometió un error histórico de proporciones cuya magnitud, aún hoy, no alcanzamos a comprender puesto que nos encontramos inmersos ahora mismo en un escenario derivado de esa decisión y por lo tanto el análisis que podemos hacer es parcial. Lo que si podemos decir es que claudicar entonces permitió de facto la perpetuación de la dictadura bajo el camuflaje de la constitución y el maquillaje de la democracia, despojó a la izquierda de su carácter reivindicativo, una izquierda que con el paso de los años se tornó en colaboracionista y se aceptaron unas reglas del juego diseñadas para mantener a toda costa los privilegios de la burguesía, sostenidos en el andamiaje del Estado construido por los franquistas, que llega hasta nuestros días.

El diagnóstico es el de una izquierda obsesionada con el análisis teórico y la formulación de hipotéticas medidas políticas si llegara a gobernar algún día, que se podrían debatir, pero que se ha olvidado de la práctica, de la calle, de los barrios y de quienes vivimos en ellos, la clase obrera

En última instancia es los que subyace bajo el maremágnum mediático del 1-O, el miedo de la burguesía chupóptera que engordó con Franco y con la Constitución de sus secuaces y sus generaciones posteriores, a perder parte del botín catalán. La derecha, hábil, ante el envite catalán que, aunque dirigido por la burguesía local, es ya apoyado por una amplia mayoría de sectores populares, ha hecho de la cuestión nacional su bandera para enfervorecer al nacionalismo español ultrarreacionario, su sayón infame. Si España 2000 y grupos del perfil como VOX vuelven a resurgir es porque el fascismo siempre estuvo latente y se saben impunes, amparados en un Estado fascista que no dejó nunca de practicar la represión, bien lo saben en Euskal Herria, donde sufrieron, “a pequeña escala” lo que hoy sufren los catalanes.

Lo preocupante es que a la izquierda actual, que se empeña en buscar remedio a todas las cuestiones dentro del marco limitado de la constitución, parece sorprenderle el auge del fascismo en el único país de Europa donde ganó una guerra y gobernó durante cuarenta años, uno de los países con más muertos en las cunetas del mundo, donde nadie pagó por los crímenes cometidos durante la dictadura. Estamos huérfanos de izquierda revolucionaria y mientras se lanzan mensajes de concordia, amor al prójimo o diálogo a la vez que se condena de igual forma la acción del antifascismo en las calles y la de los propios fascistas. Ni dando un botellazo en la cabeza a una representante de Podemos y rodeando el recinto donde se celebraba una asamblea con cientos de cargos electos con una manifestación fascista se abandona la equidistancia y el buenismo, es trágico. Cuando el Estado burgués deja campar a sus anchas al fascismo NO es para dialogar sino para reprimir e imponerse a base de la violencia y el odio. Al fascismo se le planta cara, se le combate y se le aplasta, no vale ponerse de perfil, ni lo más mínimo. El diagnóstico es el de una izquierda obsesionada con el análisis teórico y la formulación de hipotéticas medidas políticas si llegara a gobernar algún día, que se podrían debatir, pero que se ha olvidado de la práctica, de la calle, de los barrios y de quienes vivimos en ellos, la clase obrera.

El referéndum del próximo uno de octubre se ha tornado en un ataque y defensa de los derechos civiles, ni más ni menos elementales, de ninguno se puede prescindir. TODOS, no solo nuestros hermanos catalanes, somos pues atacados. La opresión sufrida en sus carnes por el pueblo catalán será la que suframos cuando hagamos algo no conforme con su inamovible idea de país si ahora permanecemos impasibles, si no lo denunciamos. La historia no espera a nadie, hay que elegir bando, o el Estado opresor o el derecho de un pueblo a votar en libertad.

Aprovecho las últimas líneas para solidarizarme con todos los catalanes que quieren votar en el referéndum, tanto sí como no. Se avecinan días aciagos para todos ¡Manteneos firmes! ¡Resistencia!

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