Opinión | ¿Merece más respeto Carrero Blanco que un gangoso?

Por Luis Aneiros

Gangosos, mariquitas, cojos, ciegos, putas, cornudos, un alemán-un francés-un inglés-un español, negros, gitanos… Protagonistas eternos de los chistes más chabacanos, casposos y crueles que se hayan hecho jamás en España. Siempre hemos sido especialmente incisivos con grupos étnicos o defectos físicos, y ni la muerte, el sexo, las enfermedades o las desgracias personales se han podido escapar de nuestra afición, más o menos acertada, a hacer gracietas y burla. El humor ha sido siempre la vía de escape que el pueblo español más ha utilizado para desembarazarse de las angustias que producen los malos tiempos. Reírse es permanecer vivo, mantenerse libre y afrontar el presente con una esperanza de futuro.

“Franco, Franco que tiene el culo blanco porque su mujer, lo lava con Ariel…”, se cantaba con la melodía del himno español cuando yo era un niño. Martes y Trece hicieron aquello de “mi marido me pega” y El Papus se escondió en las rendijas fallidas de la censura para reírse del régimen y empezar a enseñar las primeras tetas públicas. Y todo ello sin sentencias judiciales ni persecuciones despiadadas hacia quienes alegraban las vidas del español que guiñaba un ojo cómplice, sintiéndose casi un disidente del régimen.

2017… Más de cuarenta años de democracia moderna, europea y referente internacional de transición de una dictadura a una sociedad libre. Menos de seis años de gobierno del Partido Popular bastaron para retrasar nuestros relojes sociales a tiempos que se creían olvidados. El humor ya puede ser delito, pero no cualquier humor. El gobierno ha puesto especial empeño en perseguir obsesivamente ese humor que no proviene de profesionales ni pertenece a espectáculos en teatros o televisiones, sino el que se mantiene eterno en las redes sociales. Supone el castigo a la libertad de expresión, al atrevimiento de la población a hablar claro, a manifestar el verdadero sentir de quienes no comprenden que en este tiempo nos gobierne quien no sabe o no quiere romper sus lazos con la dictadura.

Por eso son los chistes sobre presidentes franquistas o sobre víctimas del terrorismo de ETA los que se sientan en los banquillos de la Audiencia Nacional, y no las miles de amenazas que desde la extrema derecha se vierten cada día contra políticos de la izquierda, inmigrantes o miembros del colectivo LGTB.

“Una actitud irrespetuosa y humillante que encaja dentro del delito de humillación a las víctimas”, «la lacra del terrorismo persiste, aunque con menor intensidad, y las víctimas del terrorismo constituyen una realidad incuestionable, que merecen respeto y consideración, con independencia del momento en que se perpetró el sangriento atentado». Son frases pertenecientes a la sentencia de la Audiencia Nacional en el caso de Cassandra Vera. Sustituyamos algunas palabras (víctimas o terrorismo) y apliquemos las frases a cualquiera de los ejemplos de protagonistas de chistes citados al empiezo de este artículo. ¿Se puede faltar al respeto o humillar a ciegos, gitanos o franceses? ¿No son los enfermos de SIDA una realidad incuestionable que merece respeto y consideración? ¿Perseguirá este gobierno con la misma fiereza a quienes cuenten chistes en los que se burlen de mujeres violadas, o de niños víctimas de pedofilia por parte de sacerdotes de la iglesia católica? ¿O no “merecen respeto y consideración”?

La excusa es ETA. El 20 de octubre de 2011 se termina la actividad armada de la banda terrorista y, con ella, se inicia el fin del enemigo común que todo lo podía justificar. Pero la sociedad española está evolucionando, no ya hacia un color político determinado, sino hacia una desconexión definitiva con el franquismo. Y esa desconexión podría suponer el fin de privilegios y abusos de poder que caracterizan al actual sistema. Por eso son los chistes sobre presidentes franquistas o sobre víctimas del terrorismo de ETA los que se sientan en los banquillos de la Audiencia Nacional, y no las miles de amenazas que desde la extrema derecha se vierten cada día contra políticos de la izquierda, inmigrantes o miembros del colectivo LGTB. En ellos no se ven humillación ni falta de respeto porque los escriben sus cachorros, sus más fieles perros, sus más vigilantes guardianes de la moral y la decencia.

La represión en una dictadura es lo habitual, lo tristemente habitual. La represión en una democracia es el síntoma de una enfermedad como país. La prensa internacional asiste perpleja a lo que no puede comprender. Nos ven sentados entre las democracias más antiguas y referentes del mundo, y les resulta complicado asumir que quién se puso al frente de una manifestación en apoyo de Charlie Hebdo y su derecho a la libertad de expresión, cercene esa misma libertad a una joven de 21 años autora de unos tuits, con bastante ingenio, por otra parte.

La cultura es la gran china del zapato del Partido Popular. Les duele y mucho. Saben que con la cultura se alimenta el ansia de libertades y derechos que ellos consideran un inconveniente para mantenerse en el poder. Y el humor es la cultura más incontrolable porque a todos nos gusta reír, y riendo se puede avanzar. Pero sigamos riéndonos de gangosos y mariquitas, que no humillamos ni faltamos al respeto a ninguna realidad incuestionable que merezca consideración… porque ninguno de ellos ha sido oficialmente asesinado por ETA.

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