Opinión | Los balseros de Europa

Por Daniel Seijo | Ilustración de Javier F. Ferrero

“Europa no debería tener tanto miedo de la inmigración: todas las grandes culturas surgieron a partir de formas de mestizaje.”

Günter Grass

Un fantasma recorre Europa, el fantasma del fanatismo, de la intolerancia, el de la inhumanidad… un fantasma que amenaza con destruir un continente que, tras perder la hegemonía política y económica, ahora se dirige cegada por las exigencias del populismo más rancio, fomentado por la crisis económica, de lleno a la pérdida definitiva de su hegemonía cultural.

Un club de los 28 que saltándose a la torera un sin fin de tratados nacionales e internacionales firmó un tratado de la vergüenza con Turquía para dar inicio a un intercambio de cromos en donde la Unión Europea devolvería a Ankara a todo aquel extranjero que llegue ilegalmente a sus costas, para una vez de vuelta en Turquía, los 28 puedan repartirse un número de refugiados equivalente al de expulsiones, seguramente atendiendo a los criterios que el mercado laboral o racial requiera en los países industrializados de la Unión. Un acuerdo que evoca en su trato a los más necesitados a aquel tan humillante e inhumano traslado forzoso de refugiados españoles desde la Francia de Vichy a la Alemania nazi, con el que Pierre Laval, pretendía dotar a este país de una mano de obra totalmente indefensa y muy necesaria para la industria del país.

Los tiempos parecían haber cambiado, parecía haber pasado demasiado desde aquel 1942 en el que se producía aquella situación, hasta la Europa de hoy, una Europa unida, un continente sin fronteras y a salvo de los fanatismos de aquellos viejos tiempos, pero sin embargo, la realidad vuelve a encontrarse amenazada una vez más por el nacionalismo y la xenofobia que hace de un continente que ha vivido dos Guerras Mundiales y ha sufrido en sus carnes la desolación de las largas caminatas de los desposeídos, un continente capaz de abandonar a su suerte a miles de refugiados o, lo que es peor, de deshumanizarlos hasta el punto de fomentar un intercambio, como si se tratasen de cromos de fútbol o de simples números sin unos nombres y una historia tras cada uno de ellos.

El peso de las agendas nacionales, la pérdida de la conciencia de clase frente a la conciencia nacional y la imposibilidad de llevar a cabo políticas largoplacistas en una partidocracia plagada de elecciones, con ya muy poco significado, ha transformado a los derechos humanos en unos pocos minutos en cualquier informativo de sobremesa.

Un fantasma recorre Europa, el fantasma del fanatismo, de la intolerancia, el de la inhumanidad… un fantasma que amenaza con destruir un continente que, tras perder la hegemonía política y económica, ahora se dirige cegada por las exigencias del populismo más rancio de lleno a la pérdida definitiva de su hegemonía cultural.

Vivimos en una Europa en donde se detiene a periodistas por informar de la larga marcha de la vergüenza que supone para nosotros, como europeos, cada paso de estos refugiados, vivimos en un país capaz de negociar de espaldas a su ciudadanía espurios tratados con un gobierno turco a su vez no menos espurio, para dejar morir a miles de personas en las aguas del Mediterráneo. Vivimos desmemoriados y ausentes de nuestras propias guerras y de nuestros propios emigrantes.

Millones de euros derrochados primero en bombardear sus ciudades, en espoliar sus riquezas, y ahora, en levantar vallas y muros que nunca podrán evitar que los desheredados sigan llegando, que sigan luchando por un derecho que les pertenece: el derecho a la vida.

Déjenlos entrar, no son el enemigo.

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.