Opinión | Internacionalismo dentro de uno mismo y el anhelo de reconocimiento

Por Eduardo Nabal

Voy a robarle a Judith Butler la expresión “anhelo de reconocimiento”, no para referirme a ninguna experiencia personal reciente sino a muchas experiencias que se suman aquí y ahora, sin ir más lejos en el Estado Español, y que siguen dificultando la comunicación entre el movimiento LGTBQ y los movimientos de izquierda, si es que pueden o deben enunciarse por separado. Cuando se nos relega a la esfera de lo “meramente cultural” o lo “puramente festivo” nuestras demandas parecen ser las mismas o “casi las mismas” para un ayuntamiento del PSOE que de Ahora Madrid o  Podemos. Pero la cosa no acaba ahí. Cuando Pablo Iglesias olvida sus diferencias y lleva la misma pancarta que los líderes de la socialdemocracia en las manifestaciones oficiales del Orgullo Gay, cuando Kichi condecora Vírgenes o Manuela Carmena deja el World Pride en manos del empresariado de Chueca muestran una política del desconocimiento que ya conlleva un alto grado de desprecio hacia un movimiento que nunca ha sido unitario y cuyas corrientes críticas, a estas alturas, ya deberían conocer.  Dirán que lo mismo les pasa o les ha sucedido a las feministas, o a los grupos racializados, pero esa excusa ya no es suficiente. Cuando esas mismas izquierdas nos señalan como derechistas por apoyar o no ciertas causas internacionales bastante lejanas resulta curioso que no se den una vuelta más allá de las afueras de Chueca, espacio protegido de momento, y conozcan el Orgullo Indignado, las plazas donde se producen las agresiones, los centros de trabajo donde los gays, lesbianas y trans se ocultan, los hospitales donde se mutilan a los bebés intersexuales… o si quieren viajar lejos se acuerden de los campos de concentración en Chechenia. Tal vez el concepto mismo de “Derechos Humanos” debiera ser revisado en su esencialismo, cuando en muchos lugares, unos son más human@s que otr@s.

La gente transmaribollo nos seguimos oponiendo a la participación del gobierno de  Israel en las manifestaciones de la inminente World Pride, no creemos que la emancipación se consiga a golpe de talonario ni que la institucionalización de las relaciones afectivas sea el único modo de organización o forma de vivir los afectos

Demandas que no son nuevas, ni siquiera lo eran hace cinco años o diez antes del surgimiento de las “nuevas fuerzas políticas”. Nuestra estupefacción de que el dinero público vaya a parar a los empresarios de Chueca no es tanto por el hecho en sí (pueden surgir cosas interesantes, aunque uno desconfía cada vez más de quien y cómo se gestiona todo ello) sino la política de pan y circo que practica la izquierda extraparlamentaria cuando llega al parlamento, absolutamente idéntica a la de las izquierdas moderadas, también llamada socialdemocracia. Para colmo también tienen sus vasallos dentro del movimiento LGTB, como el presidente de COGAM que promete que el World Pride (que este año se celebra en Madrid) “estará por encima de unas maricas locas encima de unas carrozas”. Creo que muchos movimientos (entre ellos el de mujeres o los movimientos raciales de corte progresista) nos han enseñado que no hace falta denigrar a un sector de tu colectivo para lograr una anhelada “respetabilidad” que ya ha pasado por una sola concesión, “el matrimonio y sus derivados” lo que, aunque quieran disfrazarlo, no nos ha librado del aumento de la violencia y la precariedad recientemente incluso dentro de los propios “espacios protegidos”.

Pero dentro de la izquierda, vieja y nueva, parece que está mal visto meterse con Rusia aunque estén asesinando maricas o, en el pasado, con Cuba por su encarcelamiento  y su censura de disidentes y  obras de creación. Incluso esas izquierdas han llegado a defender a Trump (que promete mandarnos al infierno después de colgarnos de un pino) porque “no es mejor que los demócratas”, sin entrar en mayores sutilezas hacia lo simbólico. Del anhelo de reconocimiento se pasa a la estupefacción. La gente transmaribollo nos seguimos oponiendo a la participación del gobierno de  Israel en las manifestaciones de la inminente World Pride, no creemos que la emancipación se consiga a golpe de talonario ni que la institucionalización de las relaciones afectivas sea el único modo de organización o forma de vivir los afectos. Sabemos que no somos la mayoría del movimiento  y que los líderes cercanos al poder (dentro del movimiento institucionalizado) intentarán silenciarnos pero nos escandaliza el colaboracionismo de los antiguos compañeros de lucha en las calles, aquellos que protestaban contra el fin del Plan Nacional Contra el Sida o contra el empresariado rosa. Su colaboracionismo, por acción u omisión,  con aquellos emporios político-económicos que ahora los cobijan agarrados al oportunismo de un puesto político. Puede que no les quede otro remedio pero no deja de ser triste porque así no pueden pedirle explicaciones a sus jefes o líderes de porque no han renovado su imaginario ni han dejado de mirarse el ombligo revolucionario.

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