Opinión | El fanatismo televisado

Por Daniel Seijo

“Después de la final, caminé solo por el césped del Estadio Olímpico. ¿Por qué? No lo sé explicar. En ese momento me acordé de un sueño.”

                                                                            Franz Beckenbauer

Manuel Ríos Suárez, Aitor Zabaleta, Emiliano López Prada, Guillermo Alfonso Lázaro, Florentino Dueñas, Luis Montero Domínguez, Manuel Luque Castillo, José Gómez Rodríguez, Francisco Javier Romero Taboada…Las víctimas en el entorno del fútbol parecen reproducirse sin que una sociedad obnubilada ante los últimos resultados de su equipo o los maravillosos regates de su estrella favorita, parezca percatarse de la apropiación que por parte de grupos violentos se está haciendo de este deporte. En una nueva vuelta de tuerca a la eterna política de “Panem et circenses” una sociedad meticulosamente fragmentada y desposeída mayoritariamente de la conciencia de clase ha comenzado a ver cómo, domingo tras domingo, las frustraciones que en otros tiempos levantarían barricadas en las calles, ahora son proyectadas en vergonzosas actuaciones en los campos de fútbol que pueblan nuestro territorio. Peleas entre “aficionados” del deporte rey protagonizadas en numerosas ocasiones por los propios futbolistas, por sus familiares o simplemente por quienes pagan una entrada a un estadio para a continuación a la mínima oportunidad volcar sus frustraciones y su odio contra el espectador rival, contra aquel que sin razonamiento lógico alguno ha pasado a suponer el enemigo más allá de la sana rivalidad que debería reinar en la práctica de cualquier actividad deportiva.

El fenómeno Ultra monopoliza así los cánticos, el merchandising e incluso el devenir deportivo de los equipos de fútbol  sin que seamos conscientes de la autentica amenaza que para la convivencia democrática suponen estos colectivos

Seamos claros, la profesionalización del fútbol desde edades muy tempranas y la pasividad ante la institucionalización de la agresividad como un medio más en la búsqueda de la victoria como objetivo final y único en el deporte, ha transformado lo que debería ser un medio para inculcar en nuestra sociedad valores como la deportividad o el compañerismo, en un escenario en donde desde las más tiernas edades la violencia o el odio al rival, monopolizan unas actitudes ante el deporte que en muchas ocasiones suponen un reflejo de frustraciones que por temor a la condena social, no podrían ser extrapoladas en otro escenario que no fuesen los estadios. Actitudes que han logrado fructificar, amparadas en el circo mediático que desde la telebasura deportiva fomenta el conflicto entre aficiones como única forma de entender la competición y que unido a las escasas sanciones ante los comportamientos antideportivos que se reproducen en los terrenos de fútbol de máximo nivel dotan al recurso a la violencia frente al rival de una peligrosa sensación de impunidad. Todos guardamos en nuestra memoria la agresión de Pepe a Casquero, los mordiscos de Luis Suarez a Chiellini, el cabezazo de Zidane a Materazzi o los vergonzosos cánticos machistas y racistas que pueblan nuestras gradas sin que se hayan tomado medidas contundentes al respecto, llegando incluso al punto de que el periodista Pedro Luis Ferrer se permitiese acusar a Samuel Etoo de exagerar por negarse a terminar un partido entre los gritos racistas de la afición del Málaga, esa misma afición de la que forman parte los ultras del Frente Bokerón que terminaron con la vida de Pablo, un joven que simplemente quiso poner freno a la violencia de estos energúmenos.

La pasividad y la convivencia del fútbol con los aficionados violentos ha abierto las puertas a auténticos frentes organizados que desde la ideología del odio y el fanatismo copan las graderías de los estadios imponiendo “su particular sentimiento por los clubs” como espejo en el que los más jóvenes ven reflejada su pasión por sus colores. El fenómeno Ultra monopoliza así los cánticos, el merchandising e incluso el devenir deportivo de los equipos de fútbol  sin que seamos conscientes de la autentica amenaza que para la convivencia democrática suponen estos colectivos. El auge actual del fascismo y la violencia Ultra se compaginan en España no por mera casualidad, sino por la indolencia y en numerosas ocasiones el apoyo directo de los clubs a sus aficionados más violentos, este comportamiento ha sido lo que ha permitido hacer de las gradas de nuestros estadios un centro perfecto de reclutamiento de jóvenes para diversas organizaciones fascistas en nuestro país. Todo ello ante la atenta mirada de unas autoridades futbolísticas que desde nuestro fútbol comparan la homosexualidad con el nazismo sin que se les parezca caer los anillos.

Toda una serie de despropósitos en las instituciones y los clubs que con su permisividad ante la violencia de una minoría de “aficionados” han terminado convirtiendo al deporte rey en algo ajeno a sus valores iniciales, en un espectáculo vergonzoso que en más ocasiones de las deseadas ha contagiado la enfermiza rivalidad incluso a las gradas más modestas. El respeto, el trabajo en equipo, la honestidad y la solidaridad, suponen los pilares del fútbol base sobre los que se debe levantar una concepción del deporte rey que recupere los estadios para los verdaderos aficionados. No puede tolerarse que una familia tenga miedo a llevar a su hijo al estadio con una camiseta del equipo rival, no resulta comprensible que las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado guíen a grupos violentos hacia un espectáculo público y no puede permitirse ni una temporada más que ningún ciudadano utilice la bandera o los colores de un equipo de fútbol para propagar su mensaje de odio o ejercer actividades delictivas.

Nos encontramos en el tiempo de descuento para tomar medidas ante una situación que se degrada rápidamente y  que a muchos hace tiempo nos hace mirar con nostalgia esos partidos en las plazas de cualquier barrio, un fútbol que poco a poco comienza a perderse en las nuevas generaciones y que quizás sea la principal razón por la que el foco poco a poco se aparta de la pelota para centrarse en cosas que nunca tuvieron nada que ver con este deporte.

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