Opinión | Cultura, educación y república

Por Eduardo Nabal

Oyendo a Marcos Ana en el documental de Javier Larrauri “M. de memoria”, leyendo algunos artículos sobre la decadencia y la corrupción galopante en la universidad española en general y burgalesa en particular o el nuevo hospital con el que se saquea Castilla y León,   y muchas reacciones recientes, lo que dicen o callan “nuestros representantes” parece claro que el hecho de que un dictador desaparezca no significa que una dictadura acabe así, de un plumazo. Basta oír las palabras- ya navideñas- del nuevo monarca llamando a un pueblo machacado y con sus abuelos en fosas comunes a no remover el pasado, a no “reabrir heridas”, a no conocer la historia ni las historias. O sea a que todo siga igual, igual de podrido, el resto es silencio o mordaza por ley. Esas instituciones que, como decía el autor de “Decidme como es un árbol”, no han cambiado prácticamente un ápice desde la dictadura, solo en la superficie pero siguen estando manejadas y formadas  por los mismos o sus descendientes, actuando con mayor descaro y respaldados por unos tribunales dudosos. No es de extrañar que todavía salgan, en ciudades como la nuestra, esos ramalazos caciquiles en los Ayuntamientos y hasta en los centros de trabajo, cuidados y estudio. Ciudades de pensamiento único, miedo a la discrepancia   e instituciones que apenas se renuevan sin dejar cadáveres en el empeño.

Porque no se puede secuestrar el pasado sin que el presente se construya sobre una gran  y frágil mentira, una mentira infame que se puede convertir en una estatua de otros tiempos o en el discurso de un rey anacrónico

El libro de Alejandro Tiana “Las misiones pedagógicas” (Editorial Catarata) nos habla de uno de los muchos proyectos culturales y educativos  inacabados de la Segunda República, un proyecto muy interesante  que nació incluso antes que ésta. Una de las muchas ilusiones por reformar una España empobrecida, una misión nada eclesial  que secuestró la dictadura de ese señor que sigue en el devocionario de muchos políticos españoles en el poder . No ha habido transición, porque transición significa cambio, y sólo hubo un pacto triste e indoloro que causó mucho dolor y sigue causando indignación. Porque no se puede secuestrar el pasado sin que el presente se construya sobre una gran  y frágil mentira, una mentira infame que se puede convertir en una estatua de otros tiempos o en el discurso de un rey anacrónico. Las Misiones Pedagógicas, apoyadas entre otros muchos por gente como Lorca, María Teresa León o Miguel Hernández, trataron de llevar la escuela y los libros  a las zonas rurales más desfavorecidas de una España incomunicada, esa España vacía de la que nos habla Sergio Molino en su interesante estudio (ya convertido en best-seller) sobre la inmigración y la miseria intelectual en el interior de la península.

Gracias a los que nos gobiernan la cultura (o lo que ellos llaman cultura) va a volver a ser cosa de elites bilingües bien preparadas para trabajar en el extranjero ya que los trabajos de pobres ya los haremos los españoles de a pie o, en su defecto, los inmigrantes que no protesten por un salario cada vez más bajo. En fin. Hubo conatos apresurados y  chapuceros de reforma educativa en los primeros tiempos del gobierno socialista, abortados de raíz porque los directores de los centros educativos seguían siendo franquistas de pro, sin ganas de mover un dedo para que entrara ni un soplo de aire fresco. La cosa no llegó muy lejos. Ahora ni siquiera se intenta reformar nada sino volver a las clases de religión, moral católica y potenciar la educación para la empresa, la rivalidad, el engaño, la moralina, el fariseísmo   y la competitividad. Cosas como la filosofía, las humanidades, la literatura etc. no parecen rentables ni, en absoluto, imprescindibles. Por ahí se recorta.  Para saber asaltar bancos ahora hay que saber informática no electrónica. Entender de discos duros y claves secretas. Saber -cómo dijo desafortunadamente una de – “Hacerse la rubia”. Triste panorama cuando se retira la homofobia de la educación para la ciudadanía y se utilizan expresiones tan necias y vacías de contenido como “ideología de género” con estos curas machistas  que son los de siempre pero quieren parecer modernos y hasta hablan de “teoría queer” como quien ha oído campanas y no sabe cuándo ni  dónde.

En Burgos la cultura de base, la concepción de ciudadanía brilla por su ausencia, y no es la única ciudad de la Castilla profunda que tan bien retrata “La España vacía”. Si falta inteligencia, ponemos o tiramos millones. Al contrario de lo que se piensa la falta de inteligencia queda aún más en evidencia con estos millones, las tasas universitarias suben y se disparan, la gente sin recursos no puede estudiar o acabar la carrera y muchos van al mercado laboral a la baja porque no les queda otro remedio. Que importa entonces  lo que Felipe VI llama “las viejas heridas” de cara a un currículo académico dedicado a amasar fortunas, no a formar personas, no a conocer la historia, menos a cambiarla. Si alguno investiga más de la cuenta el pasado histórico o el presente imperfecto lo quitan del medio. El futuro está en manos de mediocres con muchos intereses en su haber. Algunos también están en los que creíamos ayuntamientos del cambio. Y eso da miedo. Las excepciones brillan y nos dan auténtica esperanza pero como han demostrado algunos políticos o artistas salidos de las aulas nos ha tocado una generación de gente que ha vendido sus sueños al mejor postor, la cultura a los carroñeros del antiguo régimen, que ahora son carroñeros electos y reelegidos. Con todo, en esta caja de Pandora, la esperanza se hace fuerte y las resistencias se multiplican allí donde intentan ser sofocadas o silenciadas, porque ahora más que nunca cada gesto, cada mano solidaria, cada posicionamiento es decisivo para un futuro habitable.

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