Opinión | Bullying, la semilla del diablo

Por Carmen Sereno

El otro día, un amigo mío comentó que hoy los niños están sobreprotegidos. Que los padres tienen demasiado miedo a fallarles y que por ese motivo, se obsesionan con estar presentes en cada momento de sus vidas. Se nota que mi amigo no es padre, y aunque su argumento no es del todo insensato, yo no puedo estar de acuerdo. Ser padre no es un trabajo por turnos. En el oficio de la paternidad no hay vacaciones, excedencias ni despidos, y el que se embarque en esta complicada tarea tiene la obligación de ser y estar los 365 días del año, a todas horas, en todo momento.

Ser padre significa muchas cosas, pero sobre todo una: Educar.

Siempre.

En otra ocasión, escuché una conversación entre un hombre de mediana edad y su hijo de 12 años. El padre le preguntó a la criatura si le gustaba alguna niña, a lo que el pequeño respondió componiendo un gesto a caballo entre el asco y el estupor. No contento con la reacción del crío, el papá siguió insistiendo. “¿Y no será que te gustan los niños? Porque si fuera así… ¡Madre mía, menudo disgusto ibas a darle a tu padre!”.

Es el ejemplo perfecto de un padre que se ha tomado un descanso de su tarea fundamental. En primer lugar, porque a los niños, hay que dejarlos ser niños. Parece una obviedad, pero sólo hace falta darse un paseo por las redes sociales y los medios de comunicación, con todos esos críos excesivamente sexualizados ante la mirada impasible de sus progenitores, para darse cuenta de que los estamos convirtiendo en adultos antes de tiempo. Y por eso, aunque lo más natural sería concluir que un niño de 12 años aún no ha desarrollado ninguna pulsión sexual hacia otra persona lo suficientemente fuerte, este padre a media jornada se indigna ante la posibilidad de que al crío le gusten los de su mismo sexo. Y cuidado. Cuidado porque el mensaje que está recibiendo este niño como si de una verdad inalterable se tratase es muy peligroso. No sólo que la homosexualidad es algo malo; sino además, que decepcionaría a su padre. Y un padre a los 12 años es como un súper héroe de Marvel.

Ahora cambiemos el sujeto del enunciado La homosexualidad es algo malo en esa conversación padre-hijo.

Digamos, por ejemplo, Ser gordo es algo malo.

Haber nacido en otro país es algo malo.

O Tener dos mamás es algo malo.

¿Os imagináis lo que sucedería?

El desprecio a lo diferente inoculado en la mente libre de prejuicios de un niño. En una mente que, recordemos, es como una esponja.

La asunción del discurso del miedo.

La fatídica perversión del adulto.

Y como resultado, la semilla del diablo.

Lamentablemente, no tenéis que imaginároslo. Todos estos mensajes de rechazo y algunos otros se reproducen a diario en muchos hogares en los que los padres se han olvidado de que deben ser y estar los 365 días del año, a todas horas, en todo momento. Y estos padres que tratan a sus hijos como pequeñas proyecciones de sí mismos, de sus yoes adultos cargados de ira y frustraciones; que no filtran las conversaciones que tienen delante de ellos, ni cuidan la forma de referirse a otras personas, o de describir determinadas situaciones; que los alientan para que asuman como suyos ciertos patrones de conducta; estos padres, por llamarlos de alguna manera, son unos auténticos irresponsables. Porque estos padres, tal vez desde la más absoluta ignorancia -aunque eso no los exime de culpa-, están convirtiendo a sus hijos en pequeños hijos de puta crueles y violentos que han perdido su infancia mucho antes de lo que les tocaba. Y como la han perdido, son capaces de robársela también a otros.

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