Mujeres, hombres y mucho más

Por Daniel Seijo

«Dentro de mil años ya no habrá tíos ni tías, solo gilipollas. A mí me parece de puta madr

Mark Renton, Trainspotting

Cuando el pasado diciembre Alan se quitó la vida, tenía apenas 17 años y había llevado una vida demasiado corta y excesivamente dura para alguien de su edad. Poco tiempo antes se había apuntado al Módulo de Técnico en Atención a Personas en Situación de Dependencia, pese a los insultos y a los golpes, nadie puedo arrebatarle la fuerza necesaria para intentar ayudar a los demás. Quizás, supiese mejor que nadie lo necesario que puede resultar un apoyo en ciertos momentos. Desde los 14 años, cuando estando en 4º de la ESO dijo abiertamente que era lesbiana, Alan sabía que algo no cuadraba en la identidad de género que socialmente le habían asignado, lo que le sucedía no era una enfermedad (Aunque la Organización Mundial de la Salud se empeñase en ello) ni tampoco se trataba de una desviación o un capricho. La incomprensión, el miedo y la ignorancia de la sociedad hicieron el resto. En abril de 2015 finalmente decidió poner fin a una mentira, Alan decidió ser Alan, iniciando una transición  que por fin pusiese fin a la cárcel en la que se encontraba. Lo que le estaba sucediendo no era ninguna enfermedad, ni un producto de su imaginación, se trataba de algo real y decidió luchar por sus derechos. Tan solo un mes antes de su muerte, Alan había conseguido tras una larga lucha y por vía de una decisión judicial, modificar su DNI, todo un logro en un sistema más empeñado en poner trabas a los niños transexuales que en facilitarles el camino. Pero no fue suficiente, su corazón había dicho basta y las pastillas y el alcohol simplemente pusieron un final al dolor provocado por la transfobia.

El caso de Alan representa claramente la lucha, el dolor y el sufrimiento experimentado por un colectivo que todavía hoy continúa padeciendo en sus filas habitualmente historias de discriminación y acoso. Un colectivo injustamente atrapado en medio de la cárcel de los géneros, en donde  no parece existir hueco para una realidad más allá del mundo rosa perteneciente a las chicas y el azul de los chicos. En la mayoría de las ocasiones ignoramos la diferencia entre los roles de género, la sexualidad, la expresión de género o la orientación sexual, pese a ello nos atrevemos a juzgar y discriminar a otras personas por el simple hecho de definirse claramente frente a nuestros prejuicios. Obligar a una persona a desarrollar su vida atendiendo a roles de género no es ético, ni humano. Los genitales externos, nunca deberían de suponer para una sociedad desarrollada una razón mayor a la propia consciencia del individuo, no existen cosas de niños y niñas, sino actitudes. Ninguna de ellas sancionables por el sexo con el que nace una persona. Y mientras el género siga suponiendo una prisión social, deberíamos hacer lo que esté en nuestra mano para evitar profundizar en el dolor que está pueda producir.

La identidad de género ha pasado en gran parte de los casos de suponer una forma de expresarnos e identificarnos libremente, a transformarse para muchos individuos en una cárcel moral o un motivo para su discriminación

Casos como el experimento Reimer, muestran el extremo de locura que puede alcanzar una sociedad capaz de tratar como cobayas humanas a todos aquellos individuos que se desvían de una u otra forma de las normas socialmente aceptadas. Ni un padre o una madre y ni mucho menos un médico, deberían poseer el derecho a reasignar sexualmente a un individuo por razones arbitrarias y meramente estéticas o ideológicas, del mismo modo que ninguna persona debería poder asignar una identidad de género a otra en contra de su voluntad. La identidad de género ha pasado a suponer para muchos individuos una cárcel moral o un motivo para su discriminación con el que justificar el más aberrante de los tratos hacia ellos. En Europa el 54% de los transexuales admite haberse sentido discriminado alguna vez, mientras que el 62% señala haber sido objeto de acoso y un 8% asegura haber sufrido algún tipo de ataque físico o sexual por ser percibido como una persona ‘transexual’. La exclusión en el mundo laboral, los prejuicios sociales, las palizas de grupos neonazis o incluso rutinas como acudir a un baño público suponen para las personas transexuales una lucha continua contra la discriminación y la respuesta violenta por parte de la sociedad.

Durante las reivindicaciones del orgullo LGTB, pero también en nuestro día a día, resulta más necesario que nunca emprender la tarea de empoderar a un colectivo que ha resultado siempre el gran perjudicado de la batalla por la identidad de género en nuestro país. La transexualidad al igual que la homosexualidad no tiene cura, porque no tampoco necesita una cura. Pero todavía hoy continúa resultando necesaria una solución contra la creciente desigualdad, que sin duda, pasa por aceptar la libre y consciente decisión de cada individuo a la hora de vivir su realidad dentro de la todavía presente opresión género. El género debe ser una realidad a eliminar y nunca un modo de ver nuestra existencia. La principal herramienta para completar la transición de una persona transexual, reside en una sociedad capaz de comprender y aceptar que existen realidades más allá de una concepción binaria del mundo social.  No podemos permitirnos renunciar a más personas como Alan por una simple etiqueta, en nuestras manos está lograr hacer de nuestra sociedad un mundo libre e igualitario, en donde ninguna persona vuelva a sentirse extraño debido a la búsqueda del normal desarrollo de su propia existencia.

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