Moción de censura

Por Juan Manuel Vidal 

Hay gestos que tienen más relevancia por su valor simbólico que por el real, pero quedan en la impronta no solo de su masa social sino del conjunto del electorado, si bien unos lo elogiarán y otros lo censurarán.

El ejercicio de la política es complejo y enrevesado, pero va parejo a la evolución de los tiempos que transitamos, dentro de las normas que nos hemos impuesto colectivamente y que, para mayor tranquilidad, controlan los jueces de altas instancias, a fin de regular el transcurso cívico de la vida política de un país.

Creer en los gobiernos de las mayorías simples cuando eres incapaz de formar gobierno per se, es de una bisoñez y una estulticia impropias de los tiempos que corren. Las coaliciones de partidos parece que hoy por hoy reflejan más la realidad poliédrica que el rodillo de las mayorías absolutas que tanto daño han hecho, cuando algunos se han creído revestidos de autoritarismo para imponer, sin negociar, tal o cual designio.

Otra de las herramientas de la que nos hemos provisto son las mociones, tanto de confianza como de censura, si bien varía conforme quién sea el que las proponga. Obviamente las primeras proceden del gobierno en curso para reforzar su posición parlamentaria, mientras que las segundas surgen de entre la bancada opositora para cambiar el curso de los acontecimientos y, en caso de triunfar, derrocar a quien ostente el poder, postulándose como alternativa.
Naturalmente debe haber un motor, una causa primera que origine la confluencia de intereses entre diferentes actores, ya sean de unas corrientes o de otras. Luego hay unas condiciones que deben cumplirse, pero eso solo a efectos formales. Pero la cosa donde realmente se complica es en el ínterin de las negociaciones entre quienes presuntamente respaldan dicha moción.

Parece lógico pensar que uno no se lance al monte si no tiene garantizado el triunfo total o al menos mayoritario de semejante actuación, pero también es verdad que son muchos los factores que pueden fluctuar hasta tirar por tierra la iniciativa .

Es ahí donde entra la audacia, la osadía, el descaro que les sugería al principio. Puede que una parte del mundo sea de los más poderosos, pero también hay una buena tajada para los audaces, los que arriesgan, los intrépidos.
Etimológicamente moción viene del latín motio, motionis, derivado de movere, ‘mover’, que se contrapone a quien permanece inerte, inmóvil, estático. Todo movimiento es una respuesta ante algo, una incomodidad, un riesgo, un conflicto, un escándalo o un mero deseo de cambio respecto a la posición inicial.

Una moción precisa de un programa y un candidato alternativos, no basta con decirlo, con amagar, con avisar: si hay que ir se va, porque inquirir con una moción para nada es tontería. Deberían cargarse de razones y argumentos para resultar irrefutable. Pero las tiranteces entre PSOE y Podemos, como niños chicos encarados y enfadados por la pelota, no ayuda al devenir exitoso de iniciativas de este calado. Negociar sin ambages, pactar antes que ulular por los medios.
Antes de nada, los recién llegados deben asumir su falta de experiencia y rodaje, y aceptar el consejo de sus mayores; mientras, los veteranos deben aceptar la presencia de quién un día se escindió de sus filas y entender el por qué se fueron para no volver. Hasta que no aprendan a convivir y compartir, no habrá nada que hacer y quien sufrirá será la izquierda y sus votantes, y quien se vanagloriará será la derecha y los suyos.

Tocan a rebato en los momentos presentes, tras alcanzar el clímax la corrupción del partido gobernante y resultar tan hediondo el ambiente que es imposible continuar con quien dirige la nave. Todo lo que tocan huele a podrido. Cada vez que se levanta una lasca en cualquier parte de España dan más ganas de llorar, cuando no de vomitar, ante tanto abuso, y nada ni nadie puede salvarse en dicho partido, bien por acción o bien por omisión, amén de que la ignorancia ya no sirva de excusa.

Plantear una moción aún a sabiendas de que no triunfará demuestra que al menos queda alguien con sangre en las venas, con dignidad y arrestos para plantar cara y decir un “hasta aquí hemos llegado”, un “con nosotros no contéis”. Como decía al partir, tiene más valor simbólico que real, pero ¡qué gesto más honroso!

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