Opinión | Los bolardos son para el verano

Por Daniel Seijo

Termina el verano y regresamos los españoles de las vacaciones con la sensación de volver a ese eterno día de la marmota en el que se ha transformado ya nuestra política patria, retornamos desde nuestro retiro vacacional (los más afortunados) directamente a las pueriles declaraciones en los pasillos, las habitualmente tirantes ruedas de prensa y los platós políticos de los mass media como ágora común de la información ciudadana.

Con la presencia del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en un acto organizado por su partido en Galicia, el Partido Popular daba por iniciado un curso político en el que la formación conservadora, afronta una vez más numerosos desafíos que amenazan seriamente con dificultar su gestión en un ejercicio político que arranca de nuevo desde un inicio con numerosos frentes abiertos para el gobierno de España. A la probablemente tensa pero ya avanzada negociación política para sacar adelante los Presupuestos de 2018 y la alargada pero electoralmente inocua sombra de la corrupción sobre el partido del gobierno (la cual volverá a ser avivada sin duda con la comparecencia de Rajoy en el Congreso por el caso Gürtel) se le suma ahora, ya en su recta final, un proceso independentista en Cataluña que como se ha podido comprobar durante la semana posterior a los atentados en Barcelona, no solo no se ha enfriado durante las vacaciones estivales, sino que muy en concordancia, ha visto como este parón ha servido para reforzar (si es que resultaba posible) las trincheras levantadas entre el Govern de Junts pel Sí y los postulados del Partido Popular.

Con la Diada del 11 de septiembre y el referéndum del 1 de octubre como fechas clave en la escenificación de ruptura con la legalidad española del soberanismo catalán, el inmovilismo de Mariano Rajoy se antoja ahora más que nunca, sumamente irresponsable ante la inminente cercanía de un desenlace, pese a su negativa a cualquier tipo de negociación política o su «firme construcción dialéctica» dispuesta a ignorar la evidencia del alcance del soberanismo en Cataluña. El presidente del gobierno parece dispuesto a avocar definitivamente la crisis territorial de nuestro país a un callejón sin salida, en donde el populismo español y catalán se encuentren finalmente en una confrontación política y legal sin posibles ganadores. La huída hacia delante de Junts pel Sí y el Partido Popular, puede encuadrarse en la desesperación propia de dos partidos de la derecha burguesa atrapados ante los fantasmas de la gestión del pasado, la corrupción, los recortes, la precariedad laboral como modelo productivo o los tejemanejes de las sus formaciones durante los mejores momentos del capitalismo de amiguetes. Puigdemont y Mariano Rajoy representan la literalidad más absoluta del Panem et circenses, dos figuras políticas agazapadas en la polémica sin contenido, dispuestos una vez más a hacer de sus bases sociales el mejor rehén frente al verdadero debate político. Una apuesta arriesgada por la charlatanería más propia del populismo, que nada tiene que ver con a construcción de un estado o el respeto a la constitución, simplemente un proceso mediático, ahora ya incontrolable socialmente, en donde Fátima Báñez y Santi Vila podían intentar camuflar los datos del abismo laboral entre lo absurdo de la política de la prestidigitación.

Con la Diada del 11 de septiembre y el referéndum del 1 de octubre como fechas clave en la escenificación de ruptura con la legalidad española del soberanismo catalán, el inmovilismo de Mariano Rajoy se antoja ahora más que nunca, sumamente irresponsable

Y es en gran parte gracias al «radicalismo grunge» propio de la CUP y la sumisión política de Ciudadanos con el Partido Popular, que el desafío del proceso soberanista puede continuar adelante con dos formaciones sumamente debilitadas por la corrupción al frente. Especialmente curiosa, resulta la fidelidad de la formación del Albert Rivera con un Partido Popular que se ha saltado a la torera cada uno de los puntos pactados hace un año con su formación. El pacto de las 150 medidas concretas para garantizar la investidura de Mariano Rajoy, se ha transformado en poco menos de un año en palabras del propio coordinador general del PP, Fernando Martínez-Millo, en un plato de lentejas que en su momento hubo que asumir a regañadientes, pero que pasado ya el tiempo, nadie parece dispuesto a tragarse en el Partido Popular. Por su parte,  las aspiración de la formación naranja, han pasado rápidamente de un desesperado intento por transformarse en el impulsor de la agenda de la regeneración política, a simplemente la ansiosa búsqueda de los focos y el regusto del poder tan propio del foro Bilderberg. Pudiese incluso llegar a parecer con semejante incapacidad y dejadez política en la formación naranja, que Albert Rivera no ha querido esperar a su retiro político para definitivamente transformarse en el Felipe González que todo el mundo parecía esperar en la nueva derecha y el gran empresariado de nuestro país.

Entre tanto la izquierda española ha pasado su verano de una manera inadvertida, desconocemos si Pablo Iglesias ha tenido tiempo para leer y relajarse frente a lo que se avecina, si Iñigo Errejón ha buscado su pequeño trono entre los castillos de playa o si finalmente, los Juegos de Tronos volverán pronto a la formación morada ante el aparente éxito en las encuestas del regreso de Pedro el rojo a las filas del Partido Socialista. Con el tiempo, uno ha aprendido que no puede descartar nada en la izquierda patria y menos si de entregar el poder a la derecha en bandeja se trata. Socialistas y «podemistas» (era hora de buscar una alternativa al podemitas) se necesitan para desbancar al Partido Popular, pero su fobia mutua hace que se repelan a la hora de formalizar un pacto que lo permita. La deseada y detestada pinza entre Unidos Podemos y los Socialistas parece todavía lejana en el tiempo, desde la formación liderada por Pablo Iglesias se pretende un gran pacto destinado a arrebatar de una vez por todas el poder al Partido Popular, uno de los partidos más corruptos de la vieja Europa. Pero Pedro Sánchez no ha vuelto al PSOE para repetir viejos errores, conocedor de que en su partido el equilibrio entre los que apoyarían un pacto con Unidos Podemos y los que lo rechazarían de plano, dependerá mucho de la situación en Cataluña y de la posición electoral del propio PSOE, la mejor opción para el líder socialista es la de simplemente esperar. El desgaste del gobierno ante una legislatura correosa, el ímpetu exacerbado con el que Unidos Podemos suele lanzarse a todas las polémicas parlamentarias y la política títere de Ciudadanos, otorga al Partido Socialista y a Pedro Sánchez la gran ventaja de ganar posiciones con su silencio, una táctica impropia de la política de alto nivel pero que no debemos olvidar ya ha llevado con anterioridad a Mariano Rajoy a la Moncloa.

Uno ha aprendido que no puede descartar nada en la izquierda patria y menos si de entregar el poder a la derecha en bandeja se trata.

El curso político regresa sin demasiados cambios, pero con las mismas ganas en nuestras plumas para analizar cada movimiento y cada decisión política en estas líneas. Será un placer compartir con ustedes un nuevo curso parlamentario desde un periodismo independiente, en ocasiones gamberro e incluso rebelde, pero siempre comprometido con la búsqueda de la verdad y el debate, no puedo prometerles la más estricta actualidad cada semana o grandes despliegues periodísticos, pero por demérito de una profesión cada día más acorralada por la economía, puedo ofrecerles una promesa casi única en el periodismo hoy en día: independencia y rigor en mis artículos. Un fuerte abrazo y sean de nuevo todos bienvenidos a mis reflexiones en «Peleando a la Contra».

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