La utilidad de las etiquetas

Por Víctor Villar Epifanio

La nueva política, como ya he dicho en otras ocasiones, ha traído consigo el concepto de la eliminación las etiquetas. Socialmente, esto se traduce en la teoría “queer”. Políticamente, eso se traduce en la nueva política.

Empecemos por lo general. En el caso político, (general, de partido), las etiquetas, en primer lugar, permiten a la ciudadanía emitir un voto ideológicamente informado. Sin las etiquetas ideológicas en un determinado proyecto político difícilmente se podrán realizar programas generales y electorales coherentes, lo que imposibilita un voto informado y de acuerdo con las preferencias ideológicas, las necesidades y los intereses de cada persona y de cada colectivo.

Por otro lado, sin esas etiquetas, (si el discurso ideológico y la defensa de los intereses de las clases y los colectivos a los que cada organización representa es real), es imposible llegar a un acuerdo ya que no hay bases ideológicas de las que partir y sobre las cuales acercar posturas. Pero por supuesto, puede haber acuerdos a cambio de beneficios superfluos y/o puntuales, ahí está el ejemplo del PNV y los PGE. Aunque, para mí, esa no debería ser la función de la política.

Otra consecuencia de ignorar las etiquetas se puede explicar con lo que ocurre con las minorías étnicas y nacionales. Esa consecuencia es la etiqueta popular, según el entender de la población general. Así, por ejemplo, al Pueblo Kurdo se le llama “gitanos de las montañas”, al Pueblo Roma se les ve como payos “sucios” y “vagos”. Por otro lado, por ejemplo, al Pueblo Catalán se les llamaría “Polacos”.

Como vemos, en todos estos casos se dan las causas siguientes:

En primer lugar se trata de una etiqueta basada en perjuicios y esteriotipos.

En segundo lugar, por eso mismo, estas definiciones no proceden ni de definiciones ajustadas objetivamente con la realidad, ni de una definición que salga de dentro del colectivo.

Vamos ahora a extrapolar lo dicho anteriormente al colectivo de personas con discapacidad.

En primer lugar, en relación con el primer argumento tratado, hay que decir que el colectivo de personas con discapacidad necesita un desarrollo teórico de las distintas formas de activismo. Hasta el momento, este desarrollo teórico se ha dado solamente en el plano académico con los paradigmas biopsicosocial y social respectivamente. Pero ninguno de estos dos paradigmas han sido desarrollados con teorías activistas basadas en la realidad del colectivo. Quizás el paradigma social esté más desarrollado a través de las hipótesis del Movimiento de Vida Independiente, aunque, en mi opinión, esta teoría no tiene en cuenta la realidad del colectivo de las personas con discapacidad ya que se mueve dentro del mundo académico y, en un afán de quitar etiquetas, obvia las diferencias biológicas y psicológicas del colectivo.

Por otro lado, este Movimiento se aferra al texto de la Convención de los Derechos Humanos de las Personas con Discapacidad. Naturalmente, este es un texto sin ningún proyecto social concreto ya que es una declaración de mínimos. Se dice el que, no el como, con qué políticas concretas. De esta forma, es imposible acercar posturas.

En cuanto al segundo punto, en el colectivo de personas con discapacidad, las consecuencias son exactamente las mismas que en general. Siempre hemos tenido una etiqueta y no siempre la más apropiada: “endemoniadas”, “tontitas”, ”cojitas”, etc, etc… Así se nos llamaba a las personas con discapacidad.

Si todas las personas somos diversas funcionales, ¿en qué podemos basar las políticas de discapacidad? ¿Qué diferencias justifican esas políticas?

Pero para el colectivo de personas con discapacidad, además de estas dos consecuencias de la inexistencia de etiquetas tenemos otra consecuencia gravísima, la falta de acreditación de una discapacidad, lo que podría conllevar la falta de derechos sociales y laborales y la ausencia de tratamientos adecuados para la discapacidad.

En primer lugar. Si nos limitamos a una visión social de la discapacidad e ignoramos los campos biológico y psicológico nos arriesgamos a que nuestras necesidades no sean atendidas tanto social como médicamente. Un ejemplo muy claro de esto en el de las compañeras afectadas de endometriosis u otras enfermedades que generan discapacidades mayoritariamente femeninas como la esclerosis múltiple.

En segundo lugar, si ni siquiera mencionamos la discapacidad, hablando de diversidad funcional el riesgo es mucho mayor. Si todas las personas somos diversas funcionales, ¿en qué podemos basar las políticas de discapacidad? ¿Qué diferencias justifican esas políticas?

Yo comprendo lo atractiva y liberadora que puede resultar la visión puramente social. Entiendo que es más fácil decir: “todo el problema le tiene la sociedad, yo soy una persona más”. Pero en nuestro caso hay una discapacidad objetiva para ciertas actividades, no nos hacemos ningún favor ignorando esto en pos de “el mito de la superación ilimitada”. Conocer nuestros límites es conocer nuestras necesidades reales y, por consiguiente, nuestras reivindicaciones.

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