Internacional | Venezuela: historia de una revolución

Por Daniel Seijo

Pocas veces habrá ocupado en nuestros medios un papel tan relevante el transcurso de los acontecimientos diarios en Venezuela, desde que El libertador” Simón Bolívar comenzase una larga travesía revolucionaria para lograr otorgar la independencia a los pueblos de BoliviaColombiaEcuadorPanamáPerú y la propia Venezuela. Casi dos siglos contemplan aquellas primeras batallas del padre del bolivarianismo y de nuevo, la política venezolana vuelve a centrar la agenda de nuestro país, esta vez, por motivos bien diferentes. Un tiempo que ha sido más que suficiente, para que fruto del imperialismo americano y de la Operación Cóndor, los hijos de la lucha de emancipación que llevo a cabo Simón Bolívar hayan tenido que sufrir en sus carnes gobiernos militares como los que ocuparon Bolivia entre 1964 y 1982, la represión y la censura de Gustavo Rojas Pinilla en Colombia o la sucesiva imposición de dictaduras y gobiernos títeres en la propia patria de El libertador.

Dos siglos de historia que en apariencia han servido para cambiar profundamente las reglas de juego en la región, pero que a poco que uno logre centrar su análisis, podrá comprobar como en demasiados aspectos pareciese que en Latinoamérica se ha detenido el tiempo. Un lento transcurrir de los acontecimientos, en el que en gran parte de Sudamérica, los indígenas han seguido viviendo en la pobreza y con escasos derechos reconocidos, en el que las grandes multinacionales, muchas de ellas todavía hoy con la seña del colonialismo, han venido a substituir al cacique o al emperador a la hora de substraer la riqueza al pueblo bolivariano, y en el que los más pobres son legión en el continente. Problemas estructurales de una sociedad sumamente polarizada que ni gobiernos de derecha, ni dictaduras militares o gobiernos de izquierda, han podido erradicar de la región, aunque sin duda, ha existido una clara disparidad entre las intenciones políticas y los resultados alcanzados por los gobernantes de uno y otro signo.

Venezuela afronta durante el gobierno de Hugo Chávez, una continua injerencia desestabilizadora que cristalizará en el intento de golpe de estado en abril de 2002 y en una continua guerra política y económica

Cuando Hugo Chávez Frías llega al poder en 1999, lo hace seis años después de un intento de golpe de estado fallido y tras el sobreseimiento otorgado por Rafael Caldera (Fruto de un acuerdo político con sectores de izquierda) que terminaba con la estancia de dos años en prisión del futuro presidente de Venezuela, estancia durante la que prepara una alternativa de gobierno que desembocaría, con su victoria electoral frente a los partidos tradicionales, en una revolución social y política sin precedentes en la historia moderna de Venezuela. Desde un primer momento, los gobiernos de medio mundo reciben al mandatario bolivariano y a la nueva república con escepticismo en el mejor de los casos y con abierta hostilidad en gran parte de las ocasiones. De ese modo, Venezuela afronta durante el gobierno de Hugo Chávez una continua injerencia desestabilizadora que cristalizará en el intento de golpe de estado en abril de 2002 y en una continua guerra política y económica, fomentada desde sectores de la oposición con intervenciones como la huelga y sabotaje de la empresa estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) y el referéndum revocatorio de 2004, que finalmente Hugo Chávez logra salvar con un amplio margen, sobre una oposición que pese a los abultados resultados del chavismo, continuará proclamando con la atención de los medios internacionales la ilegitimidad del gobierno bolivariano.

Pese a los datos que muestran que durante los años de gobierno de Hugo Chávez, la extrema pobreza en Venezuela se vio reducida del 42 al 9’5 %, se logró declarar al país libre de analfabetismo según los criterios de la UNESCO, se habilitaron Misiones para garantizar un acceso justo a la sanidad, la educación y  soberanía alimentaria de los más desfavorecidos, además de conseguir avances en otras materias siempre olvidadas en el país como la lucha contra la disparidad de género o la soberanía tecnológica, la derecha venezolana no atendió a razones y desde un primer momento decidió hacer frente al gobierno bolivariano con una oposición criminal basada en intentonas golpistas y en provocar la inestabilidad en las calles mediante protestas políticas que habitualmente desembocaban en altercados violentos. La existencia de grandes errores en la revolución bolivariana, como el demencial control cambiario, la inseguridad jurídica fruto en ocasiones de los vaivenes de la planificación político económica, la inflación, la corrupción campante en las instituciones o el aumento de la polaridad y la violencia en el país, que bien de forma intencionada o por omisión en sus labores, uno le puede achacar al gobierno bolivariano, no fueron herramientas que sirviesen para la creación de una alternativa política en el seno de la oposición, sino que únicamente concentrada en la defensa de sus privilegios, ésta prefirió hacer de la violencia su principal método político.

La crisis social en Venezuela estalla tras la victoria de Nicolás Maduro y el Gran Polo Patriótico en las elecciones de 2013, pese al reconocimiento por numerosos organismos internacionales de la limpieza con la que se desarrolló el proceso electoral, la oposición en manos de Henrique Capriles decide una vez que intuye su derrota en las urnas convocar un “cacerolazo” para mostrar su negativa a aceptar los resultados electorales reconocidos internacionalmente como legítimos. Una actitud antidemocrática y sin alternativa al dialogo que dará lugar a un aumento sin precedentes de la violencia política en las calles venezolanas.

Comienza un proceso de continua desestabilización al gobierno de Nicolás Maduro y a la revolución bolivariana, con numerosos altercados y una profunda guerra económica (llevada a cabo por la oligarquía venezolana) que afecta profundamente a la economía del país y especialmente a la vida de los más pobres. Si bien los niveles de desabastecimiento en Venezuela han llegado a cuotas alarmantes, observando los datos macroeconómicos uno puede fácilmente localizar indicios que apuntan a que dicho desabastecimiento no han guardado relación directa con los niveles de producción, hecho que parece indicar la existencia de una mano muy visible en el mercado que continua produciendo bienes básicos como la harina de maíz, el café, el arroz, el azúcar, las carotas, las pastas alimenticias y los huevos de gallina, pero que sin embargo no les da salida al mercado, no al menos en el mercado legal. Una historia muy diferente se da el mercado negro del bachaqueo, en el que los venezolanos pueden encontrar todo tipo de productos a un precio muy superior al que la regulación de precios del gobierno de Nicolás Maduro impuso por decreto, en un intento por frenar las desigualdades generadas fruto de la plusvalía del sistema capitalista en el país.

 No conviene olvidar como la oposición venezolana ha sabido utilizar la violencia en actos que previamente ha convocado, para achacar las muertes a la propia revolución

Ante una situación de guerra económica y violencia en las calles el gobierno venezolano tan solo puede luchar con la legalidad en la mano. Las redadas contra las mafias del comercio ilegal en Venezuela se sucedieron con la esperanza de poner fin a una guerra económica que, como sucedió en el Chile de Allende, pretende preparar el camino para un golpe de estado que ponga fin a la revolución bolivariana. Así en 2014 comienzan las guarimbas en Venezuela, unas protestas convocadas por grupos opositores que inicialmente señalaban manifestarse contra el aumento de la delincuencia, la alta inflación o la escasez de productos básicos, pero que pronto derivaron en hechos violentos como la quema de centros de salud, universidades, casas de estudios y centros de distribución de alimentos que costaron al gobierno venezolano, hasta que consigue controlar la situación, la vida de 43 personas, más de 800 heridos y daños materiales valorados en cerca de 10 mil millones de dólares. Al frente de las protestas, tres políticos de oposición: la exdiputada María Corina Machado, el gobernador de Miranda  Henrique Capriles  y Leopoldo López, exalcalde de Chacao, quien convocó a las protestas con el objetivo declarado de sacar al gobierno del poder.

Fruto de las protestas y como consecuencia de las muertes acaecidas en ellas, numerosos responsables de las mismas son detenidos, lo que es visto por la oposición como una provocación y por el resto del mundo como una clara muestra de la tendencia autoritaria de la revolución bolivariana, pero cabría preguntarse si los familiares y las víctimas de estas protestas compartirían la visión de quienes ven en los responsables de los actos que terminaron con la muerte de sus hijos, hermanos o esposos, simples presos políticos. No conviene olvidar como la oposición venezolana ha sabido utilizar la violencia en actos que previamente ha convocado, para achacar las muertes a la propia revolución. En la memoria de muchos venezolanos, todavía siguen presentes los actos de puente de Llaguno.

Con esta situación se llega a la clara victoria de la oposición en las elecciones parlamentarias de 2015. En un contexto de desaceleración económica fruto de la caída en los precios del petróleo y de máxima tensión política, por primera vez en 16 años de gobierno chavista, la revolución pierde la mayoría en la Asamblea Nacional.  Desde un principio la actuación de la oposición en el Parlamento Venezolano se encamino a negarse a aceptar las disposiciones judiciales, haciendo muestra de un rechazo frontal a las normas de la Constitución vigente, llegando incluso a declararse en desacato con el objetivo de tensionar la vida política del país, trasladando la pugna por el poder a unas calles en donde pese a las continuas muestras de extrema violencia por parte de la oposición, el favor de los grandes medios occidentales parece dibujar un escenario favorable para la intentona golpista de la derecha venezolana.

Linchamientos a rivales políticos, presencia de menores en las protestas,  uso de armas letales, numerosos intentos de asalto a bases militares y ataques contra sedes gubernamentales, son solo algunas de las actuaciones de la oposición venezolana durante estos años, que sin embargo en Occidente sigue manteniendo el adjetivo de pacifica en cada noticiario. La táctica de la derecha, apoyada por una ofensiva mediática internacional, basa su posible éxito en la desmovilización de las bases de la revolución bolivariana fruto del hartazgo ante una situación de violencia continuada, a la que difícilmente puede poner fin un gobierno de Nicolás Maduro bajo la espada de Damocles de una posible intervención internacional ante cualquier respuesta a la violencia opositora que se salde con víctimas, un escenario que ha sido buscado una y otra vez por los sectores más radicales de la derecha venezolana, que no han dudado en usar a los manifestantes como carne de cañón para provocar la caída del gobierno.

La concesión del Tribunal Supremo de Justicia de una medida sustitutiva de arresto domiciliario al dirigente de la derecha Leopoldo López, supone un nuevo paso en un proceso de paz que encuentra su respuesta en una oposición que ha hecho de la violencia su única estrategia política. La misma institución judicial que durante las jornadas de protesta convocadas por la oposición recibió el ataque de un helicóptero de la Policía Científica portando mensajes llamando a la desobediencia contra el gobierno, otorga ahora una medida de gracia a un líder mediático de la oposición que entre sus antecedentes cuenta con cargos por instigación a delinquir, intimidación pública, daños a la propiedad estatal y homicidio intencional calificado. Quizás sería éste buen momento para recordar que a diferencia de la «cruel dictadura venezolana», en nuestra gran democracia, seis jóvenes de Alsasua afrontan a día de hoy penas de 50 años de cárcel por una simple reyerta de bar.

Con un país dividido socialmente entre la extrema pobreza y el poder oligárquico y una política cada día más polarizada, Venezuela se enfrenta a uno de los más grandes retos de su historia con una Asamblea Constituyente que intente poner fin a la escalada de violencia. Lejos quedan ya los mayoritarios apoyos del chavismo, al tiempo que en el horizonte se dibuja la amenaza de un nuevo Caracazo que derribe los logros de la revolución, para traer de vuelta al país las políticas neoliberales del capitalismo americano de la mano de una oposición que pretende volver a hacer de Venezuela el patio trasero de Estados Unidos, un gobierno títere en donde el imperio estadounidense pueda conseguir materias primas y mano de obra barata, al tiempo que coloca los excedentes de su producción en un pueblo falto de todo.

La ofensiva que vive Venezuela es un paso más en un plan que ya ha socavado derechos en Argentina y Brasil, y que pretende dinamitar los últimos bastiones de las políticas progresistas en América Latina

La ofensiva que vive Venezuela es un paso más en un plan que ya ha socavado derechos en Argentina y Brasil, y que pretende dinamitar los últimos bastiones de las políticas progresistas en América Latina, haciendo llorar sangre si fuera preciso al pueblo venezolano, para mostrarlo como ejemplo de lo que puede sucederles a los pueblos que intentan buscar una alternativa al reinado del dólar en la región.

No todo ha sido bueno en Venezuela, muchos han sido los errores de sus mandatarios y muchas las cosas por hacer, pero sin duda, grandilocuente honor para el país Latinoamericano el de tantas portadas en nuestros medios para un estado que convive muy de cerca con la narcopolítica de México o el genocidio indígena en Colombia. Una cruel dictadura que permite a sus presos políticos hacer un continuo llamamiento para que sus militares den un golpe de estado y en donde la mayoría de  los medios de comunicación, actores primordiales en las protestas, están en manos de la oposición. Es de suponer que es más delictivo el error, cuando quién lo comete no es uno de los suyos.

“Si no estáis prevenidos ante los medios de comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido”

Malcolm X

1 Comment

  1. Más allá de la grosería etnocentrista de decir «grandilocuente honor… el de tantas portadas en nuestros medios», y la cantidad de lugares comunes que no son sino la muestra de ignorancia y desinformación, solo tengo que añadir para Daniel Seijo que el Edo venezolano, no solo es un estado militar claramente fascistoide, sino además narcotraficante. Eres «sociólogo en ciernes»… pues vas por muy mal camino, rumbo al despeñadero sociológico, del cual obviamente la sociología no tiene la culpa.

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