El Hormiguero, ¡muera la inteligencia!

Por Daniel Seijo

Partamos de una premisa clara, otorgarle a El Hormiguero un Premio Nacional de Cultura, sea de la categoría que sea, es una clara ofensa para la inteligencia y el esfuerzo cultural de un país. Pero si además ese premio es otorgado por un gobierno cuya aportación más destacada a la cultura ha sido precisamente el IVA cultural y una ley que blinda y protege la Tauromaquia en todo el territorio nacional, lo que en principio podría interpretarse como una ofensa puntual a un colectivo, pronto termina revelándose como una clara muestra de la firme implementación de una ideología y una política tradicionalmente enemigas de la cultura.

Dejando a un lado las absurdas polémicas en torno a la post verdad y la neolengua en las que uno puede perderse fácilmente entre lo que es real y lo que no, esa misma parece la intención de muchos medios, lo que parece claro es que el galardón concedido por el Ministerio de Cultura y Educación al programa que presenta cada noche Pablo Motos, sí es un premio a la cultura. Concretamente un premio a la difusión de la cultura, otorgado a un programa profundamente machista, que a lo largo de sus emisiones ha dado reiteradas muestras de buscar picos de audiencia en la degradación de la mujer a un mero elemento sexual.

Un programa más preocupado por el actor de Hollywood con el que la invitada de turno rodaría una escena erótica, que en el trabajo como actriz de la misma. En donde el presentador reconoce ver los informativos sin volumen simplemente para «admirar» a una compañera de cadena a la que anteriormente ha tildado de mito erótico, suponemos que en la absurda lógica de Pablo Motos admirar a una mujer por su belleza es mucho más importante que hacerlo simplemente por su trabajo. Un espacio televisivo donde se aplauden culos, se pregunta por la ropa interior de las invitadas y se hace mofa de la menstruación. En definitiva, un programa en el que Soraya Sáenz de Santamaría y Albert Rivera siempre han estado más cómodos que Pablo Iglesias.

Que esperar de un país en el que las plazas de toros todavía se mantienen en pie subvencionadas con fondos públicos como arcaicos monumentos a la tortura animal

Pero que esperar de un país en el que las plazas de toros todavía se mantienen en pie subvencionadas con fondos públicos como arcaicos monumentos a la tortura animal, mientras joyas como el Parque del Pasatiempo (situado en la localidad de Betanzos) se vienen abajo únicamente sustentados por el esfuerzo de quienes realmente valoran el patrimonio social que supone nuestra cultura.

Cuando Pablo Motos recogía el premio de manos de los reyes de España, lo hacía como fiel servidor a la doctrina del Panem et circenses con la que las élites estatales nos saturan a través de la pequeña pantalla. Una doctrina muy alejada de la realidad cultural de Stevenson, Carroll o Kurosawa, propia de  una clase social a la que parece no afectarle la subida del precio de los libros, el cine o el teatro. Después de todo, la implementación de una pseudocultura narcotizante para el pueblo llano, mientras se privatiza y se pretende elitizar el acceso a la cultura con mayúsculas y las bondades que esta tiene para el espíritu democrático del conjunto de la sociedad, no es una mera casualidad. No dejemos que la fuerza bruta profane una vez más el sagrado recinto de la cultura, su discurso podrá vencer, pero al menos no dejemos que nos convenzan.

«Sólo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe… Sólo la cultura da libertad… No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas; no la de pensar, sino dad pensamiento. La libertad que hay que dar al pueblo es la cultura.»

Miguel de Unamuno

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