En el nombre de Dios

Por Daniel Seijo 

En mayo de 1948, la comunidad judía declaraba unilateralmente la creación del Estado de Israel. Tras la negativa de la comunidad árabe a aceptar la partición del territorio y la creación de dos Estados, uno árabe palestino y otro judío, comenzaba la primera guerra árabe-israelí y con la victoria del estado judío, daba comienzo a su vez, el lento caminar del exilio y la Nakba del pueblo palestino.

Al sonido de los primeros disparos, pronto les seguirían la Guerra de los Seis Días, la guerra del Yom Kipur y las intifadas. Comenzaba en Palestina, un conflicto sin vencedores ni vencidos, un conflicto entre dos realidades, entre dos pueblos, entre dos religiones. Una guerra en nombre de Dios y el territorio, en una tierra demasiado acostumbrada ya, al sabor de la sangre de quienes inmersos en el fundamentalismo, perdieron la fe en el poder de las palabras.

Israel nacía como un estado joven y sin memoria que parecía repetir en Palestina, los viejos traumas de su pasado. 

Nadie podría culpar a Israel por vencer una guerra. Ni  tampoco se podría seguir negando desde Palestina, la posibilidad de un acuerdo de paz, por ridícula que pudiese parecer la decisión tomada por el UNSCOP, asegurando que la comunidad internacional, respalda el derecho al territorio de Israel, por una tradición religiosa que asegura que la zona en la que hoy se asienta el estado judío, es la misma tierra prometida por Dios a Abraham y a sus descendientes. Nadie podría sustentar el antisionismo, si no fuese por la propia sin razón desatada por el estado de Israel.

A las victorias militares no les siguieron la paz, ni la justicia del vencedor. Sino el abuso militar, las detenciones arbitrarias, el estado de sitio, la segregación, el adoctrinamiento y la esquizofrenia del radicalismo israelí. Palestina supone a día de hoy una cárcel más para sus habitantes. Una población de cuatro millones y medio de personas, rodeadas y apartadas de la tierra que les pertenece, por un muro destinado a doblegar la voluntad de un pueblo que pese a todo, sigue empeñado en resistir. Un pueblo digno y pacífico en su mayoría, pero que tras años de asesinatos selectivos y detenciones, sigue sin lograr renunciar al escaso poder del Qassam o las piedras, como única forma de venganza contra una sociedad armada y un ejercito en pie de guerra permanente. Un ejercito que responde con gases o muertes a las piedras cargadas de impotencia por los palestinos. Impotencia de una población humillada y segregada mediante los numerosos checkpoints que los separan del mundo tras un muro de hormigón que no solo pretende impedir la entrada a quienes quedan fuera de el, sino que también pretende aislarlos para poder arrebatarles su identidad y sus recursos.

Ciudades como Hebrón, ejemplifican esa particular noche de los cristales rotos palestina, en las que la amenaza de quien se sabe mejor armado y respaldado por la impunidad de la “justicia” de su estado, se convierte en ley. 650 soldados protegiendo a 850 colonos israelíes, dibujan en Hebrón, la realidad de una ciudad que como tantas otras en Palestina, han sido absorbidas por los asentamientos de los colonos judíos más radicales. Jóvenes ultraortodoxos y ultranacionalistas que se hacen llamar a si mismos pobladores, pero que con cierto carácter mesiánico, ocupan una tierra que no les pertenece y en la que el matonismo y las pintadas racistas, dan lugar a la política de provocación de colectivos que como Lehava, han llegado a hacer de la violencia y el asesinato su forma demencial de activismo.

 Existen pocas alternativas para la paz en una sociedad que vive y muere entre los barrotes de una nación que supone su propia celda. Una sociedad que cuenta con 7.000 reclusos en territorio israelí y que ha sido hundida económicamente y humillada por el creciente fanatismo político del estado de Israel.

La escalada del fundamentalismo israelí es un síntoma de una sociedad temerosa y militarizada que busca la paz en la fuerza de las armas. Con ello, el estado de Israel demuestra una vez más que las mayores locuras pueden llevarse a cabo, en el nombre de Dios.


Recuerda que como parte de la ley de memoria histórica y en recuerdo de la activista medioambiental Berta Cáceres,te agradeceríamos que dedicases un segundo a firmar esta petición para cambiar al recuerdo del fascismo de las calles de A Coruña,por el nombre de la activista medioambiental. 

https://www.change.org/p/xulio-ferreiro-calle-berta-c%C3%A1ceres-en-a-coru%C3%B1a

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