El anticomunismo de Pedro Sánchez, el etnopopulista

por Alfilo de la brecha @lfilodelabrecha

Si hay una foto histórica que representa el anticomunismo es la de la cabecera de este artículo. Así es: Hitler en kimono japonés con dos esvásticas grabadas en el traje. Un regalo del gobierno japonés al Führer tras cerrar el pacto “anticomunista” contra la ferviente “Rusia roja” de mediados de los 30. En aquellos tiempos Hitler combatía a dos frentes: contra los comunistas por un lado junto a Japón y contra el capitalismo occidental por el otro. Cuando el totalitarismo de Hitler fue vencido, derrocados también los japoneses e incluso los italianos, el capitalismo occidental entró en batalla contra los comunistas.

Todavía quedaba un gobierno totalitario en el tablero, el franquismo español. Pero Franco, que era de atar las cosas, habló con el capitalismo occidental y les convenció de que él no era el enemigo. Franco mantuvo su poder totalitario y de enemigo se convirtió en aliado “contra el diablo rojo”. Estados Unidos tuvo que concienciar a su población a través de una abrumadora cantidad de propaganda que los gobiernos totalitarios no eran ya el enemigo, sino que eran los rojos. Franco había ganado la guerra gracias a Hitler y ahora se mantenía en el poder gracias a los enemigos de Hitler. El anticomunismo en España estaba bastante arraigado desde la guerra civil. Matar rojos se había convertido en deporte nacional incluso después de la guerra. Y cuando terminó la caza de brujas Franco se relajó. Ya había vencido al enemigo. De la mano de los países demócratas, a su muerte, dejaría a Juan Carlos Borbón la tremenda tarea de transicionar España a una monarquía parlamentaria, o lo que es lo mismo, una “democracia controlada”.

Para que Franco no perdiera su poder, España debía permanecer como un “país satélite” de Estados Unidos de igual forma que los países derrotados en la guerra. La transición sin ruptura real con el gobierno anterior cambió las cosas, pero “de manera controlada”. Es cierto que había gente preocupada por mantener su estatus quo y su poder para medrar (iglesia, ejercito, gente adinerada “de bien” durante “el régimen”). Esa gente no perdía el control. De hecho el único requisito que tenían que cumplir en la transición para mantenerse intactos era aceptar que “los rojos” tenían derecho a existir. “Los rojos” en cambio si que tenían más requisitos para ser aceptados. No solo tenían que luchar contra el sistema anticomunista que existía en España; también tenían que perder sus símbolos, y negar cualquier relación con Rusia. Carrillo reinventó el comunismo, y lo llamó “Eurocomunismo”, negando a Stalin y Lenin como San Pedro negó a Jesús. Carrillo abrazó la bandera “constitucional” apuñalando la memoria de la república%85 Pero estaban los rojos en aquella época como para quejarse. Bastante contentos estaban de que podían volver al país o salir de la cueva. El comunismo en España sin posible vinculación a Rusia tuvo que reinventarse, no solo en nombre (eurocomunismo) sino también en lenguaje.

Tras la creación de la Constitución, que era el paso final para cerrar los nudos de Franco (esos que dejó bien atados), Carrillo se convirtió en uno de los padres de la patria. Los enemigos de antaño habían podido sentarse de nuevo al tablero de juego. Jugaban en desigualdad de condiciones, está claro: por un lado estaban “los españoles” y por el otro “ esos rojos de mierda a los que dejamos respirar”. Y esto era el esquema mental del sistema. Cualquier policía de la época franquista, revestido con la propaganda de un mundo cerrado por el totalitarismo franquista en el que lo de fuera de España estaba mal y era de peor calidad, el ideario comunista era algo malo. El comunista no prosperaba en las empresas. El que se señalaba como comunista era mirado con lupa (ya durante la transición). Como la ley mordaza para los radicales, pero sin estar por escrito. La prueba de esto fue el 23F. Fuera o no un paripé, de eso ya nos enteraremos en 30 años cuando se desclasifiquen los documentos; independientemente de eso, el 23 F prueba que el sistema había aceptado los cambios del régimen; pero “a regañadientes”. En realidad los que más condiciones habían sufrido, y más necesarios eran para la ilusión de democracia eran los rojos, víctimas del franquismo y perdedores de la guerra.

La reincorporación de los rojos en la vida pública española y más tras el 23 F fue cautelosa, se podía ser rojo pero no demasiado. Izquierda Unida, un abanico de idearios rojos muy parecidos entre si comparados al régimen franquista, pero muy diferentes entre si si los juntas en una mesa de debate; repito, Izquierda Unida con miedo a representar a los trabajadores y a ser señalados y una vez vendidos los emblemas y rechazada la madre patria rusa como utopía, cambió su organigrama en último momento encadenando a los militantes a sus lugares de residencia y no a sus lugares de trabajo. Esa ruptura de la militancia activa entorno al trabajo hizo que perdieran las elecciones y a la larga ha relegado a Izquierda Unida a 20 años de peleas por dominar las asociaciones de vecinos con escasas miras de obtener el poder ejecutivo del país.

Por otro lado estaba el PSOE histórico, que cuando Carrillo se estaba encargando de despedazar el comunismo, Felipe González fue un paso mas lejos y literalmente “abandonó el marxismo”. Alguien pareció haberle contado que si “abandonaba el marxismo” públicamente ganaría las elecciones. Felipe González ya con el marxismo abandonado se encargó de las promesas electorales vacías, ese populismo que critica ahora Sánchez, Felipe prometía miles y miles de trabajos, muchos de los cuales nunca llegaron. Felipe mantuvo la ilusión de democracia llenando al pueblo con derechos sociales pero sin contarles que mientras todo eso pasaba, se tomaban decisiones para enriquecer a unos pocos. Se permitió la burbuja inmobiliaria, se emponzoñaron los sindicatos y las huelgas generales se acordaban con la patronal.

Por un lado estaba Izquierda Unida con un lenguaje épico y educativo que mantenía los valores del luchador obrero pero en un entorno vecinal y por otro el PSOE que mejoraba las condiciones de vida de los trabajadores a la par que contentaba las ambiciones de los mas ricos. A Zapatero la burbuja de la socialdemocracia le explotó en las cejas. Ya no se podía contentar a ambos bandos porque era época de vacas flacas. ¿Qué hizo Zapatero? Seguir contentando a los ricos y poderosos y disminuyendo los derechos sociales lo mínimamente posible; además negando la realidad. “Desaceleración económica” en vez de crisis.

Por otra parte el PP, que su deseo era seguir contentando a los poderosos y ganar dinero en el transcurso, ganó las elecciones a Rubalcaba. El PSOE ya no podía seguir manteniendo los mínimos. Con la llegada del PP al gobierno se perdían las garantías de cualquier servicio social del Estado. Todo tenía un precio. Mientras esto sucedía se formaba el 15 M, como la contracultura que nunca llegó a tomar su papel en la transición. Una corriente que reinventaba el lenguaje y daba voz a los que querían cambiar las cosas. Pero no solo querían cambiar quién mandaba (NO A LOS MISMOS DE SIEMPRE) sino también la forma de hacerlo (NO A LA POLÍTICA COMO PROFESIÓN) Lo que antaño fue un mecanismo de defensa de la política de izquierdas ya no servía. ¿Por qué? Los políticos de izquierdas ya no eran un señor gallego de pueblo con los huevos cuadrados (el antiguo Pablo Iglesias) capaz de enfrentarse a todos los demás parlamentarios el solo y en total antítesis. Sino que era gente que les tenia que tratar de tú a tú, de igual a igual.

Se siguió el modelo americano, o el modelo francés, o como lo quieras llamar. Es decir, ya en la época de la transición desde la desarticulación de los símbolos comunistas hasta las coderas de Felipe González olían a “rojos sometidos a los americanos” o “rojos sometidos al capital”. La gente con ideales se formaba. Burguesía intelectual lo llamaban a eso antiguamente y dicen que Marx y Bakunin entre otros eran parte de ese “colectivo”. A esta escena política llega Pablo Iglesias, el nuevo, no es gallego, no es de pueblo y es culto, pero defiende de igual manera “a los de abajo” y contra todo el sistema en forma de antítesis. El nuevo antihéroe señalado por el status quo es tachado de bolivariano. Cada vez que Pablo Iglesias intenta convencer de su amor al país, menciona la palabra patria, critica las cuentas en suiza de los que dicen ser patriotas, es vinculado a Venezuela o se le saca algún trapo sucio a su partido. Ya da igual sea verdad o mentira. Pueden ser fotos de una chica en pelotas que se parece a una de las candidatas, como un vuelta y vuelta de su vida privada, como una presión sobre las carreras profesionales del circulo de amigos de Pablo Iglesias Turrión. Todo vale. Y que se quede contento, porque como muchos “españoles de bien” serian capaces de decirle, “rojo de mierda, al menos te dejamos respirar”.

¿Por qué sucede esto? Porque no hubo realmente ruptura con el franquismo. Porque el anticomunismo sigue vivo en lo mas ponzoñoso de nuestro ser. Porque nos quejamos de que Bardem, Monedero o Wyoming tengan dinero y por eso seguimos votando al PP y al PSOE, que su máxima preocupación ha sido mantener el IBEX 35 a flote. Es decir, que las empresas españolas más ricas sigan sacando beneficio, por encima del bienestar español, por encima de que todos los españoles tengamos una vida digna. Pedro Sánchez ha aprendido esto. Porque Pedro Sánchez nos conoce y sabe como somos. Sabe que nos gusta ver Sálvame. Y llama a Sálvame y se compromete a que si gana quitará el Toro de la Vega y otras salvajadas culturales. Quitar un par de anacronismos no le costará las elecciones. Pedro Sánchez nos conoce y sabe que en lo mas hondo de nuestro ser, los españoles seguimos odiando “a los rojos”. ¡Qué se vayan a Cuba!¡Mira como están dejando Venezuela!

La verdad es que esta mirada del español medio sobre lo que significa el marxismo y su indiferencia ante las injusticias históricas explica como Belén Esteban es Best Seller. El problema es que las crisis del mundo capitalista, del occidente globalizado son cíclicas, y al ser un país satélite de Estados Unidos, nos van a llegar todas sus crisis como olas del mar. Y solo hay una forma de impedirlo: que exista una alternativa al capitalismo. Cuando el capitalismo tiene competencia posible, cuando otros sistemas de sociedades en funcionamiento son viables, es cuando el capitalismo ofrece cosas. Como Telefónica que cuando empezó a tener competencia ofrecía cosas. Pues aquí lo mismo. Es sólo cuando quieren que firmes el contrato de permanencia, que recibirás un trato mejor. Podrás tener varios tipos de papel higiénico, pero siempre que haya vacas gordas. En vacas flacas aquí se está peor que en Venezuela. ¿Qué es peor, esperar para comprar papel higiénico o esperar tu turno para rebuscar en la basura como pasa en España? Dicen que hemos salido de la crisis, que nos hemos recuperado, pero has echado una mirada a nuestros suburbios? ¿Has hablado con los trabajadores del campo a ver qué tal viven? No, pero Pedro Sánchez sí. Y mientras Rajoy vende el mensaje de la recuperación y llama radicales a todos los demás, Podemos con Pablo Iglesias al frente se mantiene en ese papel “radical” de cambio, que da pavor a los que quieren conservar las cosas tal cual. Y siempre hay algo que se pueda querer conservar. Siempre habrá algo aquí, aunque sea el derecho a morirse de hambre, que alguien esté dispuesto a defender frente a cualquier alternativa de sistema.

Ahora mismo las opciones son Corea del Norte y Venezuela. Pocos países más se mantienen aislados del capitalismo globalizado. Aunque Pablo Iglesias huye de ese aislamiento venezolano, no huye de la idea de disminuir la desigualdad, no huye de la idea de democratizar los recursos, no huye de la idea de romper con Estados Unidos. Y por eso para Pedro Sánchez su mejor baza para ganar las elecciones es presentarse como la antítesis de la antítesis. Es decir, un socialista anticomunista. Un socialista que niega pactar con partidos “radicales” (Me encantaría ver una pelea en la que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se gritan reformista/revisionista mutuamente a la cara). Un socialista que es tan poco radical que se hace fotos con TU bandera. Porque, igual que Carrillo negó los símbolos para ser aceptado en España como San Pedro (¡No soy rojo! ¡Soy eurocomunista!), Pedro Sánchez abraza hoy los ideales del “español” para que se siga rechazando al rojo. Y el español, como satélite de Estados Unidos, tiene una simbología y una dialéctica que mantener. Al igual que en el kimono de Hitler se puede ver anticomunismo, en la siguiente foto podemos percibir el anticomunismo de Pedro Sánchez. Esta foto huele a fidelidad al estilo americano, huele a patriotismo, pero un patriotismo que en España no ha sido legitimado, porque es anticomunista.

Porque cuando un socialista se reviste de españolista se está convirtiendo en un “etnopopulista”.

 

 

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