Derechos | Lo que la posmodernidad se llevó

Por Susana Gómez Nuño

En los albores de la era moderna, el enfoque científico que le otorgan los filósofos de la Ilustración a todas las disciplinas favorecerá la aparición de la sociología como una ciencia social equiparable a las ciencias naturales. Las aportaciones de Saint-Simon y Comte sobre el estudio de la evolución de la sociedad constituirán los vínculos mediante los cuales algunos principios propios de la Ilustración penetrarán y encontrarán su continuación en la sociología moderna desarrollada por Durkheim y Weber.

Muchos de los grandes pensadores propusieron diversas soluciones a la naciente deshumanización del hombre. Marx creía que el comunismo solucionaría la alienación que el capitalismo y la división del trabajo habían generado en el hombre, Durkheim pensaba que las sociedades anómicas, sin referentes ni normas sociales, recuperarían su humanidad aplicando valores morales a la división de trabajo. Por su parte, Weber, más pesimista que los anteriores, no veía solución a una sociedad que identificaba con el desencanto y en la que la racionalización y la burocratización provocaban una merma en la libertad del hombre que, especialista en su tarea, vivía en una jaula de acero y ya no encontraba sentido a la vida.

Para Baudrillard, representante del posmodernismo y postestructuralismo, la sociedad ha pasado de ser productora de cosas a ser productora de información. Este autor basa sus postulados en la cultura del simulacro basada en copias idénticas sin un original. La simulación, que no hace distinción entre copia y original, genera modelos de algo real sin orígenes o realidad, es decir, una hiperrealidad. Como consecuencia, no se establecen diferencias entre realidad y simulación. No es que la gente no sepa distinguir entre ficción y realidad, sino que esta distinción es cada vez menos importante. La respuesta a esto estaría relacionada, tal y como sugiere John Fiske, con los medios de comunicación posmodernos que construyen la realidad que transmiten. Ya no existe una distinción clara entre un acontecimiento real y su representación en los medios de comunicación. Esa representación se ha convertido en la realidad. En definitiva, Baudrillard, alineado con Lyotard respecto a la posmodernidad, postula que Dios, la naturaleza, la ciencia, la clase trabajadora, «todos han perdido su autoridad como centros de autenticidad y verdad […] y el resultado es el derrumbamiento de lo real en el hiperrealismo.»

Tal y como expone Jeremy Rifklin en su libro La era del acceso: la revolución de la nueva economía, nos hemos convertido en seres proteicos, en el sentido que somos seres cambiantes en constante transformación, como Proteus, la versátil divinidad marina de la mitología griega a la que se refiere Homero en La Odisea. La posesión de la propiedad privada propia de generaciones anteriores ha quedado en un segundo plano. Ahora prima el acceso, el mundo hiperreal, de redes, de portales y de conectividad. Estar desconectado es morir. La era posmoderna viene de la mano de un nuevo estadio del capitalismo donde la mercantilización del tiempo, la cultura y la experiencia de vida toman protagonismo en detrimento de la mercantilización de la tierra y de los recursos, la mano de obra humana y la producción de servicios básicos característicos del anterior estadio capitalista.

Parece claro que el sujeto posmoderno está poseído por una creciente vocación nihilista, pero, ¿qué consecuencias ha traído esta nueva forma individualista y posmoderna de concebir la realidad? Pues, básicamente, podríamos resumirlo en los siguientes puntos.

La pérdida de valores morales y sociales definida por conductas antisociales y deshumanizadas que cada día que pasa se encuentran más instaladas en la sociedad actual. Presas del estrés diario y escondidos tras el anonimato impune de las redes sociales y todo aquello que las nuevas tecnologías nos han aportado, han reducido la convivencia cara a cara con nuestros semejantes, alienándonos cada vez más de una realidad repleta de conductas llenas de odio, egoísmo, violencia e indiferencia ante la desgracia ajena.

La crisis de gobernabilidad que, marcada por la gran complejidad social, ha dado lugar a un aumento significativo de reivindicaciones sociales, con la consiguiente ineficacia del sistema político para dar respuesta a tales demandas. También la crisis de  representación se hace evidente con la pérdida de los vínculos entre representantes y representados que, junto a la corrupción y la degeneración de la política, han generado un desinterés y abandono por parte de los ciudadanos de las responsabilidades públicas produciendo una constante y profunda erosión del terreno público.

Los derechos sociales han contribuido al desarrollo de la subjetividad ciudadana, pero esos mismos derechos, junto con las instituciones estatales que generaron, han provocado un aumento de la burocracia que ejerce, a su vez, un mayor control y vigilancia sobre los individuos. Tal y como pronosticó Weber, la racionalización y la burocratización otorgan al hombre un papel carente de sentido, más opresor que liberador.

Los sometió más que nunca a las rutinas de la producción y del consumo; creó un espacio urbano desintegrador y atomizante, destructor de la solidaridad de las redes sociales de interconocimiento y de ayuda mútua; promovió una cultura mediática y una industria de los tiempos libres que transformó el ocio en un goce programado, pasivo y heterónomo, muy semejante al trabajo. En fin, un modelo de desarrollo que transformó la subjetividad en un proceso de individualización y numeración burocráticas y subordinó el mundo de la vida a las exigencias de una razón tecnológica que convirtió el sujeto en objeto de sí mismo. Boaventura de Sousa Santos, doctor en Sociología del derecho por la Universidad de Yale. (Extracto de su libro De la Mano de Alicia. Lo Social y lo Político en la postmodernidad)

La lucha de clases ha mutado. La generación de sociólogos representada por Horkheimer y Adorno, reunidos en la Escuela de Fránkfort a principios del siglo XX concluyeron que el proletariado no se alzaría como el agente revolucionario, como había pronosticado Marx, sino que este grupo social se encontraba ya seducido por el consumismo y por un fuerte sentido de identidad nacional, más que de clase, es decir, los trabajadores del siglo XX, estaban más interesados en disfrutar del materialismo inducido por el capitalismo que por llevar a la sociedad a un nuevo sistema de producción y de pensamiento. Ya en el siglo XXI, se hace obvio que el proletariado ha perdido su papel protagonista como sujeto de transformación y liberación. Está claro que el movimiento sindical ha generado una mejora en el nivel de vida de la clase trabajadora, pero en contrapartida estas conquistas han conducido a una desradicalización del movimiento sindical que ha inhabilitado la capacidad emancipatoria del proletariado. La aparición de conflictos de diversa índole, como los relacionados con el aborto, la discriminación sexual o la ecología, alejados del conflicto central entre capital y trabajo, han ocasionado que este último se muestre como algo puntual. El movimiento obrero se debilita y pierde su papel como agente cohesionador de los trabajadores y como generador de luchas de liberación y transformación de la sociedad capitalista, condenando al proletariado a formar parte de una masa amorfa dedicada da a sus rutinas de producción y sus malsanos hábitos de consumo, alimentados por el propio capitalismo del que son cómplices.

Aparece una pérdida del sentido del deber que viene acompañada por un excesivo sentido de los derechos. Los individuos que conforma la sociedad posmoderna se creen con derecho a gobernar sus vidas y defender de forma muy sutil y superficial su propio bienestar, asociado, cómo no, a los placeres efímeros y vanos del consumismo. En cambio, los deberes para el otro se trivializan en función de lo que este les pueda reportar en beneficio propio.  En un ejercicio de egoísmo inherente al individualismo, los deberes, la solidaridad y la responsabilidad quedan postergados frente a la insistencia constante de reivindicación de los derechos de los individuos en una caótica y salvaje igualdad de derechos para todos y contra todos.

En suma, podemos afirmar que la posmodernidad ha traído consigo unos considerables logros respecto al desarrollo tecnológico del cual todos nos beneficiamos. A cambio, se ha llevado también muchas cosas, entre ellas, los valores morales y la humanidad. En una sociedad donde la deshumanización progresiva conlleva las nefastas consecuencias que ya conocemos, la posible solución, según postulan algunos autores como Santos o Barcellona, podría venir de la mano de una utopía imperfecta, de un proyecto de sociedad mejor, pero inacabada, un sociedad que se construye, al fin y al cabo, construyendo.

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