Por Daniel Seijo
“Lo que duele no es ser homosexual, sino que lo echen en cara como si fuera una peste» Chavela Vargas. |
78 países todavía hoy consideran ilegal la homosexualidad y en 5 de ellos, la orientación sexual de una persona puede costarle ser condenado a la pena de muerte.
Frente a los frios datos, las misas de Juan Antonio Reig en la televisión pública elucubrando sobre la orientación sexual desde la castidad y la ignorancia* o las delirantes declaraciones del cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, llamando a la comunidad católica a defender “el bien precioso de la familia cristiana” ante la escalada que contra ella dirigen políticos, el imperio gay y ciertas ideologías feministas”. Un imperio gay, al que se refiere el prelado, que sin duda ha encontrado brutales límites en países como Irán, Arabia Saudí, Yemen, Mauritania, Sudán o las regiones del norte de Nigeria y el sur de Somalia. Todos estos, emplazamientos en donde la orientación sexual de una persona le puede valer para terminar colgado de una grúa o lapidado bajo la ira de tus propios conciudadanos, privilegio muy alejado del trato que uno imaginaría reservado para los representantes de tan glorioso imperio.
Olvidaba también en su retórica el señor arzobispo, que todavía hoy también en nuestro país muchos siguen soportando día tras día agresiones por el simple hecho de su orientación sexual. Exactamente, 240 incidentes detectados por el Observatorio Madrileño contra la LGTBfobia durante 2016 en la comunidad de Madrid de los que por miedo o incomprensión tan solo 59 han sido denunciados. Ataques en los reside la vergüenza de una sociedad que mira para otro lado, que sigue considerando como poco alarmante o admisible que un colectivo sea perseguido por una causa tan ridícula como su orientación sexual. No hacemos lo suficiente. Permitimos que muchos de estos atentados queden impunes y con ello, disculpamos a un agresor que tal vez encuentre el eco necesario para justificar su violencia en las palabras de figuras tan representativas para nuestra sociedad como lo puedan ser el arzobispo Cañizares, el profesor José Luis Pérez Requejo de la Universidad Católica de Valencia o la concejala del Partido Popular Gema Borrás. Diferentes personalidades y una misma omisión en cada uno de ellos, y es que al igual que quienes pintaban los nombres de las víctimas de ETA en la diana, quienes defienden con sus palabras la inferioridad de un ser humano únicamente por su condición sexual, alientan el odio y dan el primer paso para que otros ejecuten el castigo, aunque ni mucho menos esa pueda ser la intención de sus palabras.
Nadie podría imaginar hoy a un alto representante de la iglesia, del estado o de las instituciones educativas, defendiendo que los matrimonios mixtos son un plan macabro para exterminar a la humanidad o alegando que muchos psicólogos y psiquiatras han demostrado que existe relación entre la raza negra y la pedofilia. No lo imaginamos y no lo toleramos al igual que no toleraríamos un estado como la Sudáfrica del Apartheid, pero sin embargo, sí toleramos una Rusia o una Arabia Saudi homófoba. Lo hacemos porque no es nuestra lucha y porque en el fondo, aunque se tienda a pensar lo contrario, todavía hoy a muchos no les molesta demasiado que hasta hace poco los homosexuales no pudiesen donar sangre en Irlanda del Norte o que en Italia se les haya permitido contraer matrimonio pero no adoptar. No les molesta porque en su foro interno siguen pensando que en la homosexualidad algo no está del todo bien.
Resulta necesario un pulso definitivo de la comunidad LGTB, pero también un pulso de la sociedad en su conjunto, un desafío que derribe las últimas barreras de una sociedad que todavía hoy, ve como algo normal que no exista un solo futbolista que haya confesado abiertamente su homosexualidad en ningún gran club europeo o que activistas como Franklin Edward Kameny, Harvey Bernard Milk o Nikolái Alekséyev sean meros desconocidos para una sociedad que sin embargo conoce muy bien a Nelson Mandela o a Martin Luther King.
La discriminación por la orientación sexual de una persona debe causar en nuestra sociedad el mismo rechazo y repulsa que cualquier otro tipo de persecución a una minoría y para ello debemos luchar con más intensidad que nunca para lograr conseguir que nunca más una muestra de amor o de sexualidad sea motivo de desprecio o de agresión.
Dedicado a Pedro Zerolo, una luz puede animar a otros a comenzar a iluminar la más oscura de las batallas.
Nota del autor: Para cubrirme las espaldas en un estado español en donde las garantías a la libertad de expresión y la piel de los sectores conservadores son igualmente finas, aclararé que me refiero a ignorancia sexual, me sorprendería que Antonio Reig se ofendiese por tal afirmación.
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