Cultura | Romanticismo e infancia

Por Eduardo Montagut

A propósito de la exposición “La infancia descubierta. Retratos de niños en el Romanticismo español”, que podemos visitar en el Museo del Prado, queremos plantear algunas reflexiones sobre la concepción de la infancia en este momento histórico, no sólo para poder enmarcar el significado de la muestra, sino, sobre todo, porque se trata de un período clave para entender el cambio en la visión que se tenía en Occidente sobre los niños y niñas.

En la época ilustrada y en el Romanticismo se comenzó a considerar la autonomía de la infancia, como un momento clave en la vida del ser humano y con su propia importancia. Es evidente que Rousseau tiene un protagonismo claro en este nuevo tratamiento de la infancia desde su obra Emilio o De la Educación (1762). La niñez sería un momento en el que aún no habría contacto con los peligros y problemas de la vida adulta, ni se padecía la contaminación de la vida civilizada, como si fuera el estado de naturaleza previo a la sociedad, donde el ser humano era aún bueno. Por eso sería fundamental evitar el sufrimiento de los niños. En este período clave de la Historia, en la crisis del Antiguo Régimen y el nacimiento de la época contemporánea, asistimos a un auge obvio de la representación artística de niños y niñas, como la propia exposición nos refleja para el caso español. No es que antes no se hubiera representado a los niños en las artes plásticas, pero, generalmente, aparecían como la versión infantil de los adultos, es decir, con actitudes, trajes y atributos propios de los mismos, como se puede comprobar en los muchos retratos de niños de las distintas Casas Reales o de la nobleza desde el Renacimiento. En el último cuarto del siglo XVIII y los primeros decenios del siglo XX, el niño aparece, especialmente, en la pintura con autonomía. Es importante destacar que, en ocasiones, el niño llega a encarnar una alegoría de la inocencia. En este sentido, es muy interesante el cuadro del pintor británico Sir Joshua Reynolds del año 1788 que lleva el título, precisamente de “La Edad de la Inocencia”. La pintura fue un éxito rotundo por la gracia completamente natural de la niña representada. En la exposición del Prado se puede observar este cambio, partiendo del retrato clásico de Vicente López, a la vieja usanza, de la niña que luego sería la marquesa de Barbaçon, ya que está representada como una mujer adulta, y culminando con el cuadro de Antonio María Esquivel de los hijos de la infanta María Josefa Fernanda de Borbón, pintado en 1855, y donde se plasma una verdadera alegoría de la educación libre de los niños, algo que defendía el padre de los retratados -José Güell-, y que entronca con las ideas de Rousseau.

Sir Joshua Reynolds, La edad de la inocencia

En línea con lo que aludimos, estaría la preocupación que ilustrados y liberales otorgaron a la educación de los niños. Rousseau defendía que esa educación se adaptase a los niños, una educación que no se basase en lo puramente memorístico. El niño tendría características propias, con su propio desarrollo. Tenemos que citar también la pléyade de grandes pedagogos del momento, como Pestalozzi, Tiedemann y Froebel, por su contribución a la enseñanza infantil. El último sería el creador del concepto de escuela preescolar donde primaría el juego para el desarrollo del niño. El liberalismo triunfante en Europa establecería los primeros sistemas nacionales educativos, que pretendían homogeneizar la educación, aunque no fuera realmente igualitaria, ya que los hijos de la burguesía podrían alcanzar los niveles superiores frente a los de las clases humildes y del naciente proletariado que, en muchas ocasiones, ni tan siquiera entraban en la etapa primaria, al no ser gratuita o porque era necesario que trabajasen en casa, en el campo, las minas o la fábricas para ayudar al sustento familiar. También se plantearon claras diferencias entre lo que debían estudiar los niños y las niñas, habida cuenta de los distintos proyectos de vida que debían emprender según los cánones del momento. Si, por un lado, la Ilustración y el Liberalismo defendieron que la mujer tenía derecho a recibir educación, por otro, le asignaron programas educativos distintos, encaminados a su formación como esposa, madre y ama de casa.

Pero no podemos acabar el análisis de la situación de los niños y niñas en la época romántica sin aludir a que coincide, al menos en una parte de Europa, con la llegada de la Revolución Industrial, y el desarrollo del trabajo infantil, como ya hemos apuntado anteriormente. En la época en la que se revaloriza al niño en la cultura occidental, se emplea su mano de obra por ser mucho más barata que la adulta. Los niños de la naciente clase obrera no disfrutaron de las ventajas derivadas de la nueva concepción de su autonomía e importancia, ni fueron modelos para los pintores de los lienzos, aunque hubo sus excepciones, como el interesante cuadro de Joan Planella, La niña obrera, pero ya en una época posterior a la que aquí estudiamos, donde ya se había desarrollado una conciencia social en el arte.

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