Cultura | A la búsqueda de un rey entre 1869 y 1870

Por Eduardo Montagut

La Constitución de 1869, surgida de las Cortes Constituyentes que se habían elegido después de la Revolución Gloriosa de 1868, estableció una Monarquía para España, aunque mucho más liberal que la que había existido hasta entonces. Los sectores dominantes que habían derribado el sistema isabelino habían optado por esta solución porque no querían que el cambio que se estaba produciendo se radicalizase a través de una fórmula republicana de gobierno que desarrollase políticas sociales bajo principios verdaderamente democráticos. Una cuestión era derribar a Isabel II e impedir que los Borbones regresasen al trono, habida cuento de su descrédito, y otra muy distinta lanzarse a aceptar una República. No olvidemos que paralelamente el movimiento obrero español estaba experimentando un verdadero auge al calor de la Primera Internacional.


Una vez aprobado el texto constitucional se nombró a Serrano como regente y a Prim como jefe del primer gobierno constitucional. Ahora había que buscar un monarca que no fuera de la Casa de Borbón, tarea en apariencia sencilla, habida cuenta del número de Casas reales europeas. Pero no fue una empresa fácil. En primer lugar, porque la causa monárquica de siempre estaba vinculada a la Casa de Borbón, ya fuera la rama que había reinado hasta la Revolución, ya la parte carlista, que no aceptó la nueva situación y fue preparando una nueva guerra. Pero, además, agudizó las tensiones internas en el seno de las fuerzas que habían protagonizado la Revolución. Los republicanos veían como se habían frustrado sus expectativas de traer una República vía parlamentaria. Una parte del republicanismo optó por la rebelión. En este sentido, entre el verano y el otoño de 1869 se produjo una sublevación de signo federal en parte de Cataluña, Aragón, Levante y algunos lugares de Andalucía donde, además, la insurrección se mezcló con un fuerte contenido social habida cuenta del hambre que seguían produciendo las crisis de subsistencia.

En segundo lugar, la búsqueda de un rey implicaba a otros países, a la compleja diplomacia europea donde comenzaba a surgir un gran poder, la Alemania de Bismarck, y donde el Segundo Imperio de Napoleón III deseaba continuar desempeñando un papel central en la Europa continental. Elegir un príncipe u otro podía generar tensiones, como de hecho ocurrió.

La lista de candidatos al trono español era larga, incluyendo al propio general Espartero. En primer lugar, había que citar las candidaturas portuguesas. La búsqueda de un rey en España generó en Portugal la denominada “cuestión ibérica”. Fernando de Saxe-Coburgo, viudo de la reina María II y padre del rey de Portugal, Luis I, era el primer candidato. Fernando se negó a acceder a la propuesta española por su estrecha vinculación con el duque de Montpensier, al que consideraba mejor candidato. Pero esta negativa de Fernando es interpretada por algunos historiadores desde otra perspectiva. El rechazo al trono español se debería, en este caso, al interés de Luis I por coronarse también como rey español. Al parecer, el monarca fue consultado en secreto, pero la noticia se filtró a la prensa y generó una posición contraria de gran parte de la opinión pública portuguesa. Al final, Fernando de Saxe-Coburgo aceptó la propuesta, aunque con condiciones. Su mujer, al no ser de condición nobiliaria, estaría excluida de la vida oficial, aunque se le reconocería como esposa del rey en la vida privada. Otra de las condiciones era que dos tercios de las Cortes españolas debían estar de acuerdo con su nombramiento para asegurar un apoyo sólido al nuevo monarca. La tercera condición era que las dos Coronas nunca podían estar unidas en una misma persona, cuestión que era considerada fundamental por parte de la mayoría de la opinión pública portuguesa. Los portugueses tenían una secular prevención hacia España y temían que una Corona común convertiría a Portugal en una simple provincia en la península Ibérica. Pero al final no cuajó la candidatura, aunque el acuerdo era bien visto por británicos y franceses.

El duque de Montpensier se postuló para ocupar el trono español. Era cuñado de la reina Isabel II, con la que siempre tuvo unas complejas relaciones, y pertenecía a la Casa de Orleáns. Pero Prim fue tajante porque no quería a ningún monarca vinculado a los Borbones. Recordemos su famoso “jamás, jamás, jamás”.

Fracasadas las negociaciones portuguesas y descartado Montpensier se optó por la solución prusiana del príncipe Leopoldo de Hohenzollern. Pero Napoleón III fue tajante. No quería un monarca prusiano en Madrid. A propósito de este asunto Bismarck aprovechó la situación para maniobrar y manipular diplomáticamente al emperador francés para que estallase la guerra franco-prusiana, de tan graves consecuencias para Bonaparte.
Todos estos fracasos llevaron al gobierno español a apostar por la solución italiana. Prim se implicó mucho en esta opción a partir del verano de 1870. El candidato era el príncipe Amadeo, hijo del primer rey de una Italia recién unificada. El propio Víctor Manuel apoyó mucho la candidatura de su hijo, no tanto por ver a otro Saboya ocupar un trono, sino para frenar el ímpetu republicano en el Mediterráneo occidental, habida cuenta que la propia Francia había optado después del desastre de Sedán por la fórmula republicana de gobierno. Las cancillerías europeas aceptaron de buen grado esta solución, excepción hecha de la Santa Sede, que no había reconocido a Italia como nuevo Estado y que, por lo tanto, estaba enfrentada a la Casa de Saboya.

Prim consiguió una mayoría en las Cortes para su candidato: 191 diputados favorables de 311 que estaban presentes. Amadeo emprendió el viaje por mar, para llegar a Cartagena el 30 de diciembre. Pero el día 27 Prim, su principal valedor, había sufrido un gravísimo atentado al salir de las Cortes. Prim falleció el mismo día 30. Amadeo veló su cadáver, y fue proclamado rey el día 2 de enero de 1871.

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