Cultura | Afrancesados y reformismo

Por Eduardo Montagut

En este artículo nos centraremos en la política reformista planteada por los afrancesados en la guerra de la Independencia que, a grandes rasgos, puede vincularse al programa del despotismo ilustrado anterior. Muchas de esas reformas no prosperaron por una serie de razones: el transcurso de la guerra, las resistencias a los cambios, la deuda financiera del Estado y las intromisiones de Napoleón, más interesado en la guerra en sí que en el progreso de España. Pero parece importante que estudiemos los proyectos y propuestas de cambios, así como las realizaciones de los afrancesados porque influyeron en el reformismo liberal posterior. Pero, además, nos sirven para situar en un lugar más ponderado la figura de José Bonaparte y los planteamientos de los afrancesados en la Historia de España.

En cuestiones de organización de la Administración del Estado se creó, como disponía el Estatuto de Bayona, un gobierno compuesto por ministros (Ministerios de Justicia, Negocios eclesiásticos, Negocios extranjeros, Interior, Hacienda, Guerra, Marina, Indias, y Policía General), junto con la figura de un secretario de Estado para refrendar todos los decretos. En realidad, se trataba de un proceso que los Borbones habían comenzado a establecer, primando la vía ejecutiva frente la consultiva propia de los Austrias, aunque dando un paso más. Con José I se suprimieron los Consejos de Indias, Guerra y Hacienda. Tenemos que tener en cuenta que la Constitución de Bayona establecía una nueva organización de la Hacienda con un Ministerio, y un director general del Tesoro Público nombrado por el rey. También habría un Tribunal de Contaduría General que tendría como misión examinar las cuentas. Además, como hemos visto, se crearon Ministerios para la Guerra y para las Indias. Quedó el Consejo de Castilla, pero vio muy mermadas sus funciones de gobierno, manteniendo sus competencias judiciales, como último tribunal de apelación.

En relación con la organización territorial, se planteó la primera división provincial de la historia española. España quedaría dividida en treinta y ocho provincias con un intendente a la cabeza. En 1810 pasaron a ser prefecturas. Esta división en provincias o prefecturas era marcadamente centralista, de clara influencia francesa. El liberalismo español cambiaría el número de provincias y sus límites, pero mantuvo el claro acento centralista del proyecto josefino. También se suprimió la jurisdicción señorial, algo que terminaría ordenando la Constitución de Cádiz y varias disposiciones del Estado liberal.

José I estuvo muy interesado en las reformas urbanas, especialmente en Madrid para convertirla en una capital saneada. La apertura de plazas, de espacios públicos amplios, fue la máxima preocupación. En este sentido, destacó lo que se hizo en torno al Palacio Real, abriéndose la Plaza de Oriente. Otra de sus preocupaciones fue la de que se construyeran cementerios fuera del recinto urbano, vieja aspiración del despotismo ilustrado que había generado muchas resistencias en los reinados de Carlos III y Carlos IV. José I abrió el Cementerio General del Sur en Madrid.

En materia fiscal, Cabarrús intentó hacer una profunda reforma. El Estatuto de Bayona suprimió los privilegios fiscales, uno de los pilares de la sociedad estamental. Para fomentar la creación de un mercado nacional se suprimieron las aduanas interiores, como estipulaba el artículo 116 del Estatuto de Bayona.

Las órdenes religiosas fueron suprimidas y se diseñó una desamortización de sus bienes con el fin de amortizar la deuda del Estado. Es evidente que este intento entroncaba con la desamortización previa de Godoy y con las posteriores del liberalismo, especialmente la de Mendizábal. Tenemos que tener en cuenta, además, que se expropiaron las propiedades de los nobles –grandes de España- que no habían aceptado el gobierno josefino.

La educación fue una preocupación de los afrancesados como buenos ilustrados que eran. Defendieron la creación de escuelas públicas de primeras letras después de haber suprimido las órdenes religiosas que casi monopolizaban la enseñanza. También se pretendió abrir liceos en las capitales de provincias y hubo una clara preocupación por la enseñanza de la mujer. Se creó el Instituto Nacional de las Ciencias y las Artes.

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