Cine | Chicos no tan estúpidos

Por Eduardo Nabal

Si bien un sector cada vez más derechista y/o neoliberal ha demostrado que la sociedad  francesa no está tan preparada como quiso aparentar en otro tiempo en cuestiones de derechos y libertades civiles y conquistas sociales,  los estrenos  cinematográficos recientes en lengua francófona revelan una envidiable juventud y a la vez una encomiable madurez por la soltura con la que abordan las cuestiones referentes a la identidad sexual, la masculinidad, la raza, las diferencias socioeconómicas y la redefinición de los roles de género. Una hornada de francotiradores o consagrados a los que solo los recortes en cultura y el avance de la ultraderecha europea puede quitar su voz propia. Es la voz y la mirada de Ozon, Christophe Honré, de Céline Sciamma (Nenúfares, Tomboy, Bande de filles), Virginie Despentes (con la ya mítica “Fóllame), Lionel Baier (Garçon stupide), Oliver Asasayas, Ducastel y Martineau (sobre todo con la reciente Theo y Hugo) o el veterano Téchiné, pionero en representar a las “minorías sexuales” en contextos rurales, suburbiales y/o empobrecidos, donde pasan del campo a la ciudad, o de la pobreza a la marginalidad o la pequeña delincuencia. Los fantasmas del fascismo lepeniano  y el neoliberalismo desencadenado a lo Macron aparecen ya en filmes como “La chica del tren” o “Cuando se tienen 16 años”, al tiempo que  Valeria Bruni Tedeshi nos recuerda que no todas las mujeres francesas “pasan por el aro” presentándose a sí misma como la oveja negra de una familia aristocrática  y  que Catherine Deneuve se sigue apuntando a las producciones arriesgadas y comprometidas (viajando al Líbano en tiempos difíciles) en “Je veux voir”, tampoco los varones -delante y detrás de las cámaras- les van a la zaga. Películas como “Garçon Stupide” del suizo  Lionel Baier o “In extremis” del francés  Étienne Faure muestran que Ozon, Téchiné, Honoré,  Chabrol y Akerman tienen discípulos más que aventajados en las nuevas generaciones de cineastas .

Transmitiendo una mezcla de realismo y poesía, dolor e inmediatez, ternura y dureza las últimas películas de Baier y Faure renuncian a cualquier concesión a las coordenadas habituales de cine clásico para realizar filmes que beben de los ecos de un Godard teñido de  enfermizo lirismo y  poesía nihilista. No hay intención política de fondo pero sí reivindicación de otras formas de concebir el amor, el sexo y la corporalidad;  también una demostración de  que se puede hacer   un cine autobiográfico y con pocos medios, con personajes que parecen tópicos o “enrarecidos” pero siempre  deparan gratas sorpresas. Dulce y amargo es el “chico de la fábrica de chocolate”, el muchacho enigmático de “Garçon stupide”, al igual que  entre la ternura y la violencia autodestructiva oscila la personalidad cambiante  del protagonista de “In extremis” la opera prima de Étienne Faure. Esa sociedad que queda tan mal parada y el rostro de Ludovic como página en blanco sobre la que se escribe una historia de amor, humor, sexo  y oscuridad.  Un filme construido sobre un personaje disruptivo que no narra una historia  sino que actúa e interactúa con los hombres, las mujeres y los niños que lo rodean. Imágenes de un hombre de identidad sexual cambiante que puede actuar como amante esposo, bisexual promiscuo, padre entregado o adolescente alocado en secuencias consecutivas.

La opera prima Lionel Baier “Garçon stupide” ha pasado relativamente desapercibida en las carteleras españolas, pero es ya un filme de culto para la cinefilia gay de todo el mundo al igual que su segundo trabajo, la urgente “Comme des voleurs”, todavía dificil ver por estos lares. Baier escribe su película sobre el rostro-página en blanco de un chico de mirada inquisitiva y comportamiento impredecible que, desde su aparente puerilidad, descifra de un modo perturbador el comportamiento aparentemente normal de las gentes que lo rodean, como esa chica con la que convive de forma inestable. Mezclando formatos, músicas y modos de narrar Baier nos cuenta la historia de Ludovic un adolescente que vive con la misma naturalidad su trabajo diario en una fábrica de dulces que la prostitución nocturna con hombres de todas las edades y procedencias. Ni Baier ni Faure definen con claridad la sexualidad de sus personajes aunque ambos, como el Ozon de “Une robe d´été”, nos dicen que el cuerpo masculino está lleno de agujeros sin explorar y posibilidades neutralizadas o devaluadas por el falocentrismo y las imposiciones del rol masculino al uso. En ambos filmes la gran ciudad se muestra como un lugar enigmático donde los habitáculos de la cotidianidad pueden volverse lugares opresivos y las calles más turbias plácidos hogares para unos personajes que no pertenecen a la historia sino que la viven, entre el cinismo aparente, un extraño sentimentalismo y la más desarmante  perplejidad. El avance de la derecha racista ha hecho resucitar en toda Europa filmes como las obras políticas de Costa-Gavras, el desencanto que se respira en los dos últimos filmes de Ozon (donde definitivamente echa “ácido” sobre la “familia francesa tradicional”), o la urgencia del mensaje de filmes como “La vida de Adèle” o “Ginger y Rosa” que desde adolescencias lesbianas nos cuentan el debacle de una sociedad contradictoria, hipócrita  y atemorizada. Esa sociedad donde se buscan los hombres de “El desconocido del lago”  un trabajo hipnótico e irritante a partes iguales. Estos chicos y chicas que crean, hablan, piensan salen a las calles, viven abiertamente su sexualidad o reniegan de valores heredados o estructuras de materialismo extremado, que pasan por encima de vivos y muertos a través de instituciones como la Iglesia, la Banca, la alta política, los cánones de belleza o la heterosexualidad obligatoria son el futuro de esa Europa que directores y directoras no dejan de filmar mientas puedan, sabiendo que el fantasmas totalitario que recorre Europa no atiende a la cultura, y menos a la que molesta.

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