Cancionero para un desastre (1898)

Por Carlos César Álvarez

Una de las características de la prensa del siglo XIX es la inclusión en sus páginas de poemas, generalmente breves, que glosaban las noticias y los artículos de opinión.

En la última Feria del Libro Antiguo de Madrid he encontrado “Cancionero del 98” de Carlos García Barrón, un libro que recoge más de trescientos poemas publicados a lo largo de 1898 en los periódicos y revistas españolas de la época. Su tema es la guerra contra Estados Unidos que provocó la pérdida de las últimas colonias.

Desde 1895 España sostenía un conflicto militar con los rebeldes cubanos, que querían la independencia de la isla. Al mismo tiempo trataba de sofocar la insurrección en Filipinas. El 15 de febrero de 1898 el acorazado estadounidense Maine explota en el puerto de La Habana, provocando la declaración de guerra de Estados Unidos a España, a la que acusa del hundimiento de su buque.

En la prensa comienzan a aparecer poemas que se refieren al inminente conflicto, aunque es preciso advertir que no reflejan necesariamente la “opinión pública”, sino más bien la “opinión publicada”, que como bien sabemos no es lo mismo.

En el siguiente fragmento pueden ver una muestra de la tradicional fanfarronería de la clase dominante española desafiando a los americanos:

Pero, vamos a ver, señores yankees:

¿cuándo cumplen ustedes el programa

de apoderarse a cañonazo limpio

de nuestras posesiones antillanas?

(“¿Y el programa?”, de Ricardo de la Vega, en El Liberal)

A continuación, un ejemplo de incitación a la guerra y a la violencia, incluido en una publicación que se titula cristiana, que evoca la imagen del “león hispano” aplastando al reptiliano estadounidense:

¡Muera el infame yankee, el pueblo inmundo

tan innoble y tan vil como inhumano!

¡Muera el grosero pueblo americano

formado con la hez de todo el mundo!

¡Guerra! ¡No haya cuartel! ¡Ruja iracundo

el siempre vencedor león hispano,

y aplaste al fin bajo su férrea mano

a ese reptil odioso y nauseabundo.

(“!Mueran los yankees!”, de F. López Van Baumberghen, en La Revista Española España Cristiana)

Si el poema anterior es algo así como el “A por ellos, oé, oé, oé” de aquella época pero en lenguaje más rudo, los siguientes homenajes patrióticos a la gloriosa bandera rojigualda y a la altiva raza ibera equivalen al “Yo soy español, español, españoool”:

No hay pueblo como mi pueblo,

ni patria como mi patria,

ni hay enseña más gloriosa

que la enseña roja y gualda.

(“Cantares”, de Leopoldo Vázquez, en Madrid taurino)

¡Ellos son!… Su altiva frente

denuncia la raza ibera,

y del ocaso al oriente

–gritan­– “no habrá quien afrente

a la española bandera”.

(“La bandera española”, Bonifacio González Rubio, en El Latigazo)

No podían faltar las alusiones a la enorme masculinidad del macho hispano y a la ausencia de ella en el enemigo:

En el Callao Méndez Núñez

demostró con gran valor

que los tenía bien puestos…

los cañones de su honor.

(“¡Patria!”, de A. Rodríguez, en El Diluvio)

Tienen los yankees orgullo

y también tienen millones,

más no tienen… ¡una cosa

que tienen los españoles!

(“A la república yankee”, de Vicente Rubio, en Don Quijote)

Por supuesto, Dios, la Virgen y todos los santos de la corte celestial están del lado de España, lo que se refleja también en algunos poemas en catalán:

A Vos acut, María,

lo poble aquí postrat;

sinistre, un crit de guerra

pel Món ha retronat.

¡La Espanya cristiana

se’n du tan trista sort!

Doneunos la victoria,

Verge del Sagrat Cor.

(“Plegaria”, de Agnes Armengol de Badía, en La Bandera Carlista)

Comienza la guerra y aflora el racismo contra esos malditos indígenas desagradecidos, que en vez de ponerse de parte de la Madre Patria se alían con su enemigo pensando en obtener la independencia:

Indolente, soberbio y embustero,

humilde hasta rayar en la bajeza,

muy caprichoso, duro de cabeza,

lascivo, jugador, cobarde y fiero;

ratero sin pasión por el dinero,

dado al agua con odio a la limpieza,

santurrón que no sabe lo que reza,

dormilón, descuidado y majadero…

(“El indio filipino”, de M. de Amadla, en Instantáneas)

Tras los primeros reveses en el campo de batalla y previendo lo que se avecina, surgen los tópicos hispanos de rigor, como el célebre “honra sin barcos”:

Sin buques podrás quedarte,

y sin marinos quizás,

pero no podrán dejarte

sin honra y gloria jamás.

(“Surge et ambula”, de A. de M., S. J., en La Lectura Dominical)

Viendo que las cosas se ponen feas, hay quien saca a relucir su pacifismo:

¡Reclaman nuestras glorias militares

abundante ración de carne humana!

Más hombres ¡muchos más! ¡cientos! ¡millares!

Una remesa ayer, otra mañana…

el país se desangra en lucha incierta,

¡y el monstruo sigue con la boca abierta!

(“La Guerra”, Anónimo, en El Domingo)

Algunos dan la voz de alarma sobre la corrupción, que en 1898 como ahora es uno de los grandes males del país. Se han organizado corridas de toros para recaudar fondos destinados al mantenimiento de las tropas, pero se sospecha que alguien se queda con parte del dinero:

Todo esto está bien, mas no se debe

abusar de esos rasgos

que el nombre de los diestros de valía

colocaron tan alto,

y menos abusar de estas bondades

para salir en falso

o querer celebrar una corrida

y guardarse los cuartos,

usando el santo nombre de la patria

para pescar incautos.

Todo esto se arregla si se llevan

a presidio unos cuantos

de esos que sin conciencia nos explotan

usando el nombre patrio.

(“Ojo con el patriotismo”, de Manuel Serrano García-Vao, en El Enano)

El desarrollo de la guerra es sobradamente conocido: la moderna armada estadounidense destroza a la anticuada flota española en las batallas de Cavite (Filipinas) y Santiago de Cuba. El “siempre vencedor león hispano”, con su “gloriosa enseña roja y gualda”, con sus grandes testículos de toro bravo y con el todopoderoso Dios de su parte, la España que confía más en la intercesión de la Virgen que en tener una escuadra en condiciones, esa España, hace el ridículo mundial perdiendo la guerra en tres meses y quedando sin barcos y sin honra. Además de sin Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

Como consecuencia, en la prensa se pasa del triunfalismo vociferante a la negra depresión y comienzan a publicarse los lamentos por la derrota y el llanto por los muertos, cincuenta y cinco mil en total ente 1895 y 1898, de los que más de cuarenta mil no cayeron en combate sino víctimas de las enfermedades (todos hijos de la clase trabajadora, ya que los ricos podían librarse del servicio militar mediante el pago de una “redención en metálico” de dos mil pesetas).

Ya regresan de la guerra,

ya vuelven a sus hogares,

ya pisan por fin su tierra

después de cruzar los mares.

¡Ni una cruz hay en sus pechos,

ni un galón hay en sus brazos!

Vienen pálidos, desechos

y rotos a machetazos.

…………………….

Diez eran los que partieron,

dos vuelven, ¡dos nada más!

¿En dónde están, qué se hicieron,

dónde quedan los demás?

…………………….

–¿Y mi Juan? –¿Qué es de mi hijo?

–¿Cómo no viene? ¿Qué es de él?

–Algo me callas, de fijo.

–Habla, no seas cruel.

(“Héroes y mártires”, de V. Bellmont, en Almanaque de las provincias)

L’un, més que viu, semble mort;

magre, groch, cubert de nafras,

tussint á cada moment,

movent ab travall las camas…

¡sombra apenas de lo qu’era

en lo moment d’embarcarse!

(“Dos repatriats”, de C. Guma, en La Campana de Gracia)

Es sabiduría popular que la culpa de todos los desastres que acontecen a un país es de los políticos:

Fuera esos politicastros,

mercaderes sin conciencia,

que forman su gran barato

con la esquilmada nación

que sostiene su boato.

Y ya que esos liberales

así nos han gobernado,

y que los conservadores

son todavía más malos,

pensemos en las leyendas

de nuestros antepasados,

y salgamos a esperar

los célebres Reyes Magos,

en cuyas manos ponemos

la obra de regenerarnos.

(“Regeneración”, de Rafael Fernández Esteban, en Instantáneas)

La derrota en la guerra provoca largos e inútiles debates en el Congreso, en el transcurso de los cuales los representantes de los distintos partidos se culpan unos a otros. Es curioso constatar como el “y tú más” que hoy se arrojan entre sí los miembros de la casta ya existía entonces:

El “más eres tú”, recurso

de la política antigua

que saca a plaza miserias

probadas y conocidas,

no parece lo más propio

para que en horas tan críticas

se dé como lenitivo

de dolorosas heridas

(“¡Parece imposible!”, de Cardillo, en El Cardo)

Para terminar les dejo un poema publicado el 30 de diciembre de 1898 que adelanta lo que para los historiadores del futuro supondría la guerra hispano-norteamericana: el fin de España como potencia y el surgimiento de una nueva, los Estados Unidos.

El año desaparece,

y al extinguirse pregona

que este globo pertenece

a la raza anglo-sajona.

Ella hereda al que fallece,

y si hay un agonizante,

le dice en tono festivo:

–Ya ha vivido usted bastante;

con que, muérase al instante;

si no, le enterramos vivo.

(“¡¡1898!!”, de José Fernández Bremón, en La Ilustración)

En este artículo se han incluido fragmentos de poemas que se recogen completos en el libro “Cancionero del 98” (Ed. Cuadernos para el Diálogo, 1974) de Carlos García Barrón. Las ilustraciones pertenecen a la revista satírica “Don Quijote”.

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