Cada uno en su casa y Dios donde lo inviten

por El señor Kovalski 


La Complutense no tendría que tener capilla. Es como si en la sede de alcohólicos anónimos pones un grifo de cerveza. La diosa razón va ligada a la libertad de pensamiento tan fuerte como Dios a sus clavos, por eso nunca habrá boda. Ni siquiera un apaño de seis de la mañana en el último bar. Aquí sí que no se pueden mezclar peras con manzanas, que viene a ser lo que gritaba Rita Maestre en porretas o no.

El último mono se inventó el más allá, impuso a Dios con sus mandamientos, y se tragó la llave que abría las ventanas del conocimiento. Si no sabes que hay mar, cómo vas a soñar con las olas. Adorar a Dios es apagar la luz y que la suerte te acompañe, pero como caminar entre tinieblas te sale por un pico en el dentista, recién buscamos respuestas en las bibliotecas y no en las sacristías. Y esa batalla va ganando la guerra civil: cada vez hay menos bautizos, comuniones y bodas religiosas. España, los domingos a las doce, tiene otros planes.

Decimos que vamos ganando los que pensamos que «cada uno en su casa y Dios donde lo inviten», por eso urge pelear por sacar las sotanas de la Educación. Ahí tienen, han tenido siempre, amén de algún alivio de la castidad, su escuela de legionarios del Cristo de la intransigencia, su cuna de odio, su cantera de votantes de partidos que en vez de invertir en ciencia, subvencionan la ciencia ficción.

Si quitamos la cruz de los pupitres conseguiremos, como mínimo, reducir el número de meapilas que, según leemos estos días, tanto mandan en España. Lo dicho, menos curas y más poetas.

 

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